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Medardo Arias Satizábal

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La rosa sin el canto

El ‘filin’ o ‘feeling’ es hijo de la naturalidad y de la noche, de la bohemia habanera que rescata añejas tradiciones de trovadores que van por las calles prodigando su canto para gente ebria de vacilón

8 de junio de 2023 Por: Medardo Arias Satizábal

“Más allá de tus labios, del sol y las estrellas, contigo en la distancia, amada mía, estaré…”, cantó el poeta César Portillo de la Luz, en una composición que permitió, en el tiempo, se le diera el título del ‘Rey del Filin’ en Cuba, esa forma de cantar que es puro sentimiento (de la expresión inglesa ‘feeling’).

Ganar ese título en un país de cantantes no es un pedazo de pastel. Los cubanos, como algunos cantores brasileños, descubrieron que se puede cantar con todos los nervios, con el corazón, a veces sin tener voz; verbigracia Ignacio Villa, ‘Bola de Nieve’, el hijo de Mamá Inés, nacido en Guanabacoa: “Chivo que rompe tambor/con su pellejo paga…”.

César Portillo de la Luz había nacido el 31 de octubre de 1922 en La Habana. La escasez de recursos en su casa le impidió culminar estudios básicos, y se dedicó a pintar casas en su barrio. Después, quería pintar toda La Habana, y mientras humedecía la brocha gorda en el tarro, imaginaba canciones, cantaba desde los andamios. Así, sin quererlo, cuando tenía 24 años, en 1946, compuso una canción que otros hicieron famosa por el mundo: ‘Contigo en la distancia’. La interpretó Nat King Cole, con ese gracejo de lengua amarrada para cantar en español, pero también Lucho Gatica, Pedro Infante, y mucho más tarde la Orquesta Filarmónica de Londres; él mismo, no pudo concebir en esos duros años de la pobreza, que músicos en traje de gala hicieran subir y bajar el arco de sus violines en el Royal London Theatre, para seguir la elación de ese verso que dice: “…no hay bella melodía / donde no surjas tú, / ni yo quiero escucharla / si no la escuchas tú...”.

Podríamos preguntar ahora qué mundo es este, donde ya no están María Teresa Vera, Portillo de la Luz, Beny Moré, Nat King Cole, Mercedes Sosa, La Lupe, Daniel Santos, Celia Cruz, Bebo Valdés, Compay Segundo, José Antonio Méndez -la gloria eres tú- Merceditas Valdés, Olga Guillot, Miriam Makeba, Frank Sinatra. Nos quedan Omara Portuondo, Tony Bennett , Caetano Veloso y Barbra Streisand en ese mundo del sentimiento al cantar.

El ‘filin’ o ‘feeling’ es hijo de la naturalidad y de la noche, de la bohemia habanera que rescata añejas tradiciones de trovadores que van por las calles prodigando su canto para gente ebria de vacilón, esa forma picaresca de asumir la vida para dar algo de dulzura al desamor. El ‘filin’ canta, pues, a los ‘entusados’, a todos aquellos que dicen vivir en la mediacaña del destino, como hipnotizados por el drama agridulce del desdén, la lejanía de la que se fue.

El ‘filin’ se oye mejor sin micrófonos, pues sólo concita una voz emocionada y una guitarra. Así, al final de los 40 se ponderaba ya en La Habana el ‘valor’ de esas grabaciones donde no había demasiados afeites, maquillajes, esplendorosas tesituras, sino que convocaban, en lo posible, a un hombre o una mujer que parecían cantar en medio de un patio o bajo la ducha, sin la premura de ser escuchados. Solo llevados por la emoción de estar bajo la luna, o entre los perfumes cítricos de la vereda tropical: “Porque en ti se encierra toda mi vida/ si no estoy contigo mi bien, no sé vivir…” (Tú mi delirio, 1954).

De ese movimiento que se curtió en lugares como el Hotel Saint John, el cabaré Waikiki, el Sans Souci o el Pico Blanco, también hicieron parte Elena Burke, Celeste Mendoza, Ñico Rojas, Aída Diestro y Rosendo Ruiz, entre otros.

Los acentos libres del ‘filin’, recibieron, qué duda cabe, influencias del jazz. La manera como Portillo de la Luz interpretaba el bolero, ese contrapunto de libertad y sosiego que corría por las notas, aquella manera de detener el pentagrama para recitar o incluir ahí dichos callejeros, contaminó el estilo de Olga Guillot, la misma que daría influencia definitiva a La Lupe. Si nos dan a escoger, el mundo es mejor con ‘filin’, el mismo que todavía se cultiva en ‘El gato tuerto’ de La Habana, a pocos pasos del malecón.

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