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Carlos E. Climent | Foto: El País

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La secreta decisión de quitarse la vida

Los lacerantes sentimientos de culpa de los sobrevivientes los convierten en las verdaderas víctimas del suicidio.

7 de julio de 2024 Por: Carlos E. Climent

Frente a la depresión, el desánimo, el negativismo, las ideas de muerte y las ideas o planes suicidas, es fundamental documentarse gracias a la revisión de la información adecuada, investigar los factores de riesgo para suicidio, y hablar sobre todos estos temas abiertamente. Tal acción sirve de catarsis y lejos de agravar el riesgo lo puede disminuir. Una vez realizada la confrontación se debe remitir la persona a un centro especializado. Infortunadamente esta estrategia muchas veces no es posible porque la sabotea el mismo paciente suicida por su hermetismo al respecto de lo que le está pasando por su mente. Razón por la cual muchas veces es imposible evitar la muerte de un ser querido que ha tomado, en secreto, la decisión de quitarse la vida.

Independientemente de la causa, no existe dolor más grande que la muerte de un ser querido. Pero debido a los sentimientos de culpa que genera, el suicidio de un hijo representa sin duda el mayor de todos los sufrimientos.

Cuando alguien se suicida, las miradas compasivas se dirigen al muerto quien llevó a cabo sus planes secretos y para quien, desde su perspectiva, el sufrimiento terminó. Pero la verdadera tragedia apenas comienza para los seres queridos que lo sobreviven, en especial padres y hermanos, que se quedan con la pérdida irreparable, los dolorosos interrogantes sin respuesta, los lacerantes sentimientos de culpa, injustificados en su inmensa mayoría: “Hubiera podido hacer esto, aquello y lo de más allá, y no lo hice”.

Evitarle la muerte a quien está decidido a quitarse la vida, es muy difícil porque no quiere que nadie le frustre sus planes. Ya sea porque el hecho se seguir viviendo le representa un sufrimiento demasiado grande y ve la muerte como la solución, el descanso de una tortura; o porque lo abruman pensamientos autodestructivos, órdenes de una mente perturbada, que le exigen que debe matarse. O por un largo etcétera que nunca se sabrá con certeza porque el suicida se lleva su secreto a la tumba.

Como psiquiatras tenemos que enfrentar, por un lado, la tenacidad mortal con la que el suicida se aferra a sus ideas y hábilmente las oculta, y también el hecho de que quien está decidido a matarse, finalmente lo logra. Y por el otro, la gran dificultad para convencer a los seres queridos que sobreviven a la persona determinada a quitarse la vida, no le valen ni el amor de los suyos, ni los mejores argumentos, ni las recomendaciones, ni los señalamientos de nadie.

Ante esa circunstancia lo que tienen que entender los atribulados parientes del suicida es que en sus manos nunca estuvo la posibilidad de evitarlo. El suicida en su mente trastornada llevó a cabo de manera implacable y efectiva sus planes sin tener en cuenta el dolor que esto significaba para los seres queridos que dejaba atrás.

Lo que si podemos hacer frente a un hecho tan cruel es entender que tenemos que ser compasivos con nosotros mismos y con los demás y que frente a destinos inevitables debemos obrar con humildad y ser capaces de renunciar a la omnipotencia de creernos capaces de controlarlo todo.

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