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La sucursal del cielo

Con el paso de los años se ha podido ver que todo estaba en la superficie y que ese ambiente grato, libre, era el goce de no todos porque en la periferia, la olla de presión empezaba a cargarse, calladamente

5 de mayo de 2023 Por: María Elvira Bonilla
María Elvira Bonilla

Crecimos escuchando esa frase, Cali la sucursal del cielo, que además nos identificaba como la ciudad de la alegría y también la del espíritu cívico, de las colas y la del verano eterno, la de un cierto orden que se confundía con armonía. Con el paso de los años se ha podido ver que todo estaba en la superficie y que ese ambiente grato, libre, era el goce de no todos porque en la periferia, la olla de presión empezaba a cargarse, calladamente. Una olla que no rugía ni daba señales de que lo que se cocinaba era un potaje tóxico.

Ni los ciudadanos y mucho menos la dirigencia, que cargaba con la gran responsabilidad de conducir la ciudad –porque había sido nombrado o elegido para hacerlo- y proponer salidas colectivas para lograr bienestar y calidad de vida para la mayoría, lo entendieron. Ni lo vislumbraron. Hubo ceguera, hubo equivocaciones, hubo indolencia, hubo malversación de fondos, hubo corrupción y aquí estamos, en una encrucijada infame, rotos como sociedad y atrapados en unos abismos que cada día se ensanchan antes que acortarse.

El estallido social de hace dos años dejó una herida que está lejos de sanar. Nada volvió a ser igual. Porque destapó unas entrañas desconocidas, se dio en un mal momento y con un alcalde inapropiado como resultó Jorge Iván Ospina, para enfrentar la crisis que en un primer momento parecía capaz de comprenderla con análisis tan complejos como acertados pero que a la hora de enfrentarla no solo fue errático sino inconsecuente.

Regresó a lo mismo, a los vicios de gobernante aislado con delirio de persecución obsesionado con el ladrillo y el concreto, que se traduce en mega contratos entre amigos o aliados en el afán de engrosar bolsillos. Cuatro años por los que tendrá que rendir cuentas ante la Justicia y responder por haber colocado los intereses personales y familiares y del micro círculo de escogidos que lo rodean por encima de los intereses colectivos, sacrificando el futuro de la ciudad. Y no puede quedar impune porque de todo esto quedó, y no es una simple narrativa, una debacle. Un escenario de disputa y de tensión.

Pero no es hora de lamentos. No queda de otra: toca elegir bien el próximo octubre, en un escenario por lo demás desalentador con una veintena de aspirantes; un nuevo y penoso récord, que refleja la atomización, el individualismo y el caos entre dirigentes y partidos. Varios de ellos, anónimos concejales provenientes de una cantera lamentable de personajes que han terminado de alcaldes y gobernadores, con pésimos resultados. Otros, ciudadanos sin mayor trayectoria que simplemente por entusiasmos improvisados y con egos adormecidos resuelven lanzarse a la Alcaldía de la ciudad para conformar un abanico indescifrable en el que difícilmente se distinguen intenciones y propuestas.

Es urgente, como entiendo es la tarea en que están algunos, construir una visión compartida de ciudad. Se han identificado al menos 23 agendas resultado de iniciativas desde la iglesia, los empresarios, la academia, organizaciones sociales o simples grupos de ciudadanos que podrían servir de base para un llamado a los candidatos a comprometerse con unos mínimos sobre los cuales se construyan acuerdos, con los que no se pueda fallar. Acuerdos que permitan romper por algún lado el espiral perverso que nos está conduciendo al infierno.

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