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La tentación y el poder de Jesús
La liturgia de este tiempo cuaresmal nos invita a los creyentes a entrar con Jesús en el desierto y a seguirlo en el típico itinerario penitencial de este tiempo cuaresmal, que ha comenzado el miércoles pasado con el austero rito de la ceniza.

Por monseñor César A. Balbín Tamayo, obispo de Cartago
Con la imposición de la ceniza, el miércoles anterior, hemos dado comienzo al tiempo litúrgico de la Cuaresma, como cada año. También, como cada año, el evangelio del primer domingo de Cuaresma, es el de las tentaciones, que después del bautismo en el río Jordán, por Juan el Bautista, marca el inicio de la actividad pública de Jesús. Este hecho se constituye como en un espacio de reflexión antes de empeñarse en la predicación del Reino y la invitación a la conversión, justo por aquello mismo: por el Reino.
Después de cuarenta días de ayuno: la tentación. El desierto, el hambre, lo inclemente del clima que marca extremos en el día y en la noche, intercalando el sofoco que ahoga y el frío cala hasta los huesos, aparece la tentación. El tentador pone a prueba a Jesús.
Satanás era «el hombre fuerte» que tenía bajo su poder a la humanidad; pero ahora ha venido uno «más fuerte que él» y le quiere despojar de su poder.
Son varios los relatos en los que se nos narra la lucha del Maestro con el demonio, tantas las veces en los que es echado fuera, al punto que sus mismos contradictores afirman que echa los demonios con el poder de Belcebú, el príncipe de los demonios (cfr. Lc 11, 15). La explicación es otra: Él expulsa los demonios con el dedo de Dios, esto es, con el Espíritu Santo, y esto demuestra que ha llegado a la tierra el Reino de Dios.
En la lucha de Jesús en el desierto contra el tentador, los creyentes tenemos la seguridad de que el mal es vencido, que el bien es el vencedor, que Jesús nos lo muestra ampliamente y que sí él ha vencido de manera contundente, nosotros, hombres y mujeres de fe, podemos, en él, vencer también todo aquello que nos asalta, que nos hace tropezar.
Las tres tentaciones comunes en la vida de todo hombre: el atractivo de los bienes materiales, la seducción del poder humano y la presunción de someter a Dios a los propios intereses, siguen estando siempre presentes en la vida de todo ser humano.
La liturgia de este tiempo cuaresmal nos invita a los creyentes a entrar con Jesús en el desierto y a seguirlo en el típico itinerario penitencial de este tiempo cuaresmal, que ha comenzado el miércoles pasado con el austero rito de la ceniza. Es como un largo «retiro» durante el cual debemos volver a entrar en nosotros mismos y escuchar la voz de Dios para vencer las tentaciones del maligno y encontrar la verdad de nuestro ser.
Podríamos decir que es un tiempo de «combate» espiritual que hay que librar juntamente con Jesús, sin orgullo ni presunción, sino más bien utilizando las armas de la fe, es decir, la oración, la escucha de la Palabra de Dios y la penitencia. Características estas tres del tiempo cuaresmal. De este modo podremos llegar a celebrar verdaderamente la Pascua, dispuestos a renovar las promesas de nuestro Bautismo.
La gran prueba del desierto, en definitiva, es la fe. Sin fe no se puede vivir en el desierto.
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