Editorial
La tregua en el Líbano
Pese a los últimos anuncios de la Casa Blanca, la pacificación de esa zona del Medio Oriente le podría abrir paso a un acuerdo de alto el fuego...
El cese al fuego convenido el pasado miércoles entre Israel y el movimiento Hezbolá en el Líbano es una noticia esperanzadora para quienes no pierden la fe en que la pacificación llegue al Medio Oriente.
Es la ilusión que desde ese mismo día motivó a decenas de miles de habitantes del sur de ese país a regresar a sus viviendas o a lo que quedó de ellas tras dos meses de guerra abierta, precedidos por dos años de enfrentamientos translimítrofes que causaron 3823 muertos en Líbano y 129 en Israel, además de más de un millar de desplazados a ambos lados de la frontera.
Ahora, esas familias desarraigadas de las dos naciones quieren creer en lo que quedó consignado en lo pactado a instancias de Estados Unidos y Francia: un cese inicial de los combates durante 60 días, la exigencia a Hezbolá de que ponga fin a su presencia armada en el sur libanés y el regreso de las tropas israelíes a atrás de su línea limítrofe.
Sin embargo, pocas horas después de que se decretara la terminación de las hostilidades en la región empezó a quedar en evidencia la fragilidad de dicha tregua: el sábado, por ejemplo, Israel reconoció que atacó, vía aérea, una instalación en la frontera entre Líbano y Siria, argumentando que estaba siendo utilizada por el Hezbolá libanés para la recepción de armamento.
Por ello, EE. UU. y Francia, como países garantes, junto con Naciones Unidas, tienen el enorme reto de lograr que se alcance el objetivo supremo del acuerdo, que es desmilitizar el sur del Líbano y evitar la reconstitución de fuerzas armadas no estatales en la región.
Solo que esa tarea también le compete al Gobierno libanés, que debería ser el primer interesado en que la guerra que se libra en su territorio no aumente las casi cuatro mil muertes que ya ocasionó en el último año. De hecho, uno de los puntos del acuerdo contempla que el ejército de ese país debe desplegar tropas en todas las fronteras, especialmente en la zona sur del río Litani, para garantizar la seguridad y controlar la entrada y producción de armamento.
Tal vez pensando en la urgencia de que este último compromiso se cumpla fue que, tras su rezo del Angelus y aplaudiendo el cese el fuego entre Israel y Hezbolá, ayer el Papa Francisco llamó a los políticos de Líbano para que elijan “inmediatamente” a un presidente, puesto que ese cargo lleva más de dos años vacante y su nombramiento permitiría que “las instituciones recuperen su funcionamiento normal”.
Bien sabe el Pontífice y el resto de la comunidad internacional que, pese a los últimos anuncios de la Casa Blanca, la pacificación de esa zona del Medio Oriente le podría abrir paso a un acuerdo de alto el fuego y de liberación de rehenes en Gaza, donde las tropas del primer ministro Benjamin Netanyahu libran otro frente de conflicto desde octubre de 2023, cuando una incursión de milicianos islamistas de Hezbolá acabó con la vida de 1207 israelíes y secuestró a otros 251.
La memoria de esos fallecidos, como la de los 44.429 muertos en Gaza y las 4000 de Líbano, merece que el mundo no siga en guerra.