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Pero toda esta gracia enorme, puede verse opacada por el escándalo del pecado, que paraliza y nos pone en desventaja frente a la maldad de este mundo. | Foto: AP

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Las buenas obras que nos alejan del pecado

No podemos dejarnos llevar por la fragilidad humana, que fractura y aleja de Dios.

29 de septiembre de 2024 Por: Arquidiócesis de Cali

Por monseñor José Alejandro Castaño Arbeláez, obispo de Cartago.

El maestro Jesús una vez más les enseña a sus discípulos la manera de asumir el camino de seguimiento a su enseñanza, pues ante la queja de Juan por ver a unos que no hacen parte de los doce, haciendo tareas que normalmente harían los apóstoles, Jesús les muestra que la acción es ante todo para dar gloria a su nombre, por lo que no hay exclusividades ni privatizaciones de la fe. Somos todos los que creemos en el Señor, depositarios de un ministerio admirable.

Además, quien asuma y crea en Jesús recibirá recompensa y bondad. Esto es una gran bendición que se percibe en el hecho de ser cada vez más parecidos a Jesús, con el correspondiente gozo de sentir la fuerza del amor de un Dios que no abandona a sus hijos en la persona de Jesucristo el Señor.

Pero toda esta gracia enorme, puede verse opacada por el escándalo del pecado, que paraliza y nos pone en desventaja frente a la maldad de este mundo. No podemos dejarnos llevar por la fragilidad humana, que fractura y aleja de Dios. Es necesario tener la entereza de validar y testimoniar la fe, con nuestras buenas obras, para que ellas testifiquen a nuestro favor en el empeño de forjar una sociedad más llena de amor y bondad.

Las manos y los pies que representan las obras y el camino que recorre el discípulo, deben estar por entero consagradas al proyecto que Jesús ha llamado reino de Dios. ‘Cortar’ entonces comporta romper del tajo con todas aquellas actitudes que desdibujan nuestra acción pastoral y espiritual. Debemos pedirle a Dios que nos ayude a ser y actuar según su enseñanza, para que toda nuestra vida esté en plenitud, pues el pecado no ha hecho estragos en nuestro ser.

La indiferencia de la que habla Santiago en su carta, no deja sino un corazón reseco, que no conecta con el prójimo necesitado y, por tanto, rompe relación con Dios. Arranquemos de nuestra vida el egoísmo, la indolencia y las vanidades deshumanizantes, para que nos abramos a la gracia de ser más cercanos al prójimo que nos necesita. Actuando de este modo, no habrá que arrancar nada de nuestra vida, sino, por el contrario, configurar la propuesta de Cristo en nosotros y con ello construir el reino para instaurar en el mundo unas nuevas relaciones humanas donde el pecado y el dolor ya no tienen cabida. Amén.

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