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Las cicatrices
Las cicatrices del alma son mucho más profundas, convivo con ellas, esos dolores pasados me dan fuerza vital para vivir el día...
Inicio este articulo con el poema de Piedad Bonnet, regalo de Navidad de la revista Cambio. Lo voy a enmarcar para poder leerlo todos los días. Me estremeció. Aquí va:
‘Las cicatrices’
No hay cicatriz por brutal que
parezca, que no encierre belleza.
Una historia puntual se cuenta en ella, algún dolor.
Pero también su fin.
Las cicatrices, pues, son la costura de la memoria, un remate imperfecto que nos sana dañándonos.
La forma que el tiempo encuentra
de que nunca olvidemos las heridas.
Piedad Bonnett
Cada día que me miro en el espejo, me miro no las arrugas, que ya son parte de mí y recordatorios de todo lo que me he reído y a veces llorado, aunque no soy de lágrima fácil. Es un problema porque las cosas se me quedan adentro y después estallo como tapa de olla contra el que no tiene la culpa de nada (en inglés, muy educadamente le dicen anger displacement).
Me miro la cicatriz de la cara, que me quedó para siempre cuando me estrellé una noche borracha contra un separador nuevo en la Séptima con Cien en Bogota´. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero logré salir del carro, buscar un teléfono público, llamar al Chato Valencia entonces director de la clínica Shaio y lograr que la ambulancia de la policía me dejara allí y no en una policlínica.
Tres horas en urgencias. La boca totalmente reventada por dentro. A los dos días, ocho horas de cirugía, trescientos puntos y alambres en la boca por fractura de mandíbula (dos meses tomando sopa y vodka con pitillo).
El Chato vio las radiografías y me visitó a la habitación. “Merita, puede que quedes desfigurada, vamos a hacer lo imposible”. En esa arrogancia alcohólica le conteste: “Me importa un pito, me meto a monja de clausura y ya está”. Lograron el milagro. Solo queda esa cicatriz y la mandíbula un poco torcida que da la impresión de que siempre me estoy burlando de algo o alguien. La miro y recuerdo. Así no olvido. Solo por hoy no bebo y actúo correctamente.
Las cicatrices del alma son mucho más profundas, convivo con ellas, esos dolores pasados me dan fuerza vital para vivir el día, son, aunque parezca extraño, motores de paz y aceptación.
Y todas ellas, cuerpo y alma, son el material del cual estoy hecha, su resultado, mis compañeras de vida. Quién sabe qué persona sería actualmente si no las tuviera. Por eso, como Edith Piaf, “No me arrepiento de nada”. Soy esos retazos, esos momentos, esos errores, esos aciertos, amores y desamores, frustraciones y logros, componentes de mi vasija de barro, única en intransferible.
Cada ser humano tiene su propia historia, sus cicatrices, algunos las comparten, otros no, pero las llevan. Cada ser humano es un libro para respetar y comprender, así no lo compartamos. Por eso cada vez que asesinan a alguien le mutilan y silencian su historia, por eso el único Mandamiento que deberíamos practicar todos es el de “No matarás”.
Todos, desde que fuimos bípedos y depredadores, tenemos una huella digital diferente, como cada hoja de cada árbol. Somos irrepetibles, lo cual no quiere decir que seamos necesarios. Pero al nacer, por derecho sagrado tenemos el derecho, repito, a vivir nuestro ciclo completo.
¿Nadie se estremece ante la noticia de que han encontrado fosas comunes con cadáveres de menores de edad? ¿Han castigado a los que queman con pólvora a los niños? ¿No saben que muchos de ellos quedaran ciegos y amputados? Los asesinos de la pólvora deberían tener la misma condena que los pederastas. Les han violado su vida, les han quemado su cuerpo. Los invito a visitar el Pabellón de Quemados en el Hospital Departamental. Fui durante muchos años. Nunca olvidaré lo que vi. Esa cicatriz del alma sigue viva por ejemplo, es una de tantas.
Gracias Piedad Bonnett por recordarnos. Feliz semana.