Columnistas
Las confrontaciones son liberadoras
Pero las evitamos porque no son agradables.
Las confrontaciones fundamentales deberíamos hacerlas en primera instancia con nosotros mismos, pero las dejamos para el final (cuando las hacemos), pues son las más difíciles de aceptar.
Las otras confrontaciones, las más conscientes y cotidianas son las que tiene que ver con los factores por fuera de nosotros, con las cuales convivimos por demasiado tiempo con el consiguiente desperdicio de vida. La lista es larga.
De entre muchas otras circunstancias externas y como ilustración mencionaré unos pocos ejemplos: la situación insoportable que nos hemos aguantado por mucho tiempo; la relación de pareja disfuncional que lejos de modificarse satisfactoriamente cada año se vuelve más conflictiva; el allegado desagradecido o tóxico del que es difícil desprenderse; el trabajo sin futuro; el jefe insoportable; el subordinado pasivo agresivo que pretende hacernos sentir culpables porque sí, o porque no; la rutina mortal que nos desagrada; la adicción que nos domina, y un largo etcétera que hace rato que nos tiene descontentos, saturados y paralizados.
Las confrontaciones, tan difíciles de poner en práctica, cuando se logran hacer, son siempre liberadoras. Los avances más significativos en nuestras vidas toman lugar cuando somos capaces de enfrentarnos a las circunstancias vitales que nos han hecho infelices o cuándo logramos expresar emociones que hemos mantenido ocultas por mucho tiempo y que nos han drenado valiosas energías psicológicas.
La vida siempre nos ofrece la posibilidad de corregir el camino. Unas veces es el momento de gracia que sucede al sacar fuerzas que no conocíamos y decimos: ¡No más!.
Lo he visto con alcohólicos que un buen día (ellos solos) deciden dejar de tomar después de décadas de esclavitud dominados por uno de los vicios más destructivos. Una decisión que sorprende a los parientes que llevaban mucho tiempo haciendo inútiles esfuerzos para que su ser querido dejara de tomar.
Otras veces son nuestros aliados, que a manera de ángeles protectores se manifiestan, incluso, a través de un sencillo comentario que radicalmente nos cambia la vida. Lo único que tenemos que hacer es estar atentos a esos momentos de gracia, verdaderos puntos de inflexión, que pueden cambiar nuestra vida.
Para lograrlo hay que hacer varias cosas:
*Sacudirnos del miedo que nos ha mantenido humillados. Es decir, abandonar la condición de esclavo y apropiarse del corazón de amo que finalmente nos liberará.
*Desprendernos de las fachadas sociales siempre hipócritas y destructivas.
*Renunciar a la omnipotencia, nuestra parte más enferma, acostumbrada siempre a tener la razón.
*Tomar la decisión de renunciar a la comodidad para no seguir humillados a una vida de circunstancias inaceptables.
*Rechazar las predicciones apocalípticas, los juicios exagerados o drásticos, pues casi siempre se equivocan.
*Ser prudentes, compasivos y entender que la generosidad, bien entendida, es uno de los mejores negocios que podemos hacer.
*Aceptar que no somos los responsables de los éxitos, ni tampoco de los fracasos de nadie. Ni de nuestros hijos, ni de nuestros allegados más cercanos.