Columnistas
Las dudas de Tomás
Grandeza, según Tomás, es lo que falta hoy en la política en el mundo entero; no solo en forma de poder ni por la excesiva autoridad.
Tomás nació en Estados Unidos hace veinte años. A pesar de ser tan caleño como nadie, es aficionado y estudioso de la política de su país natal. Lo que empezó con una temprana obsesión con la figura de Ronald Reagan lo lanzó al partido Republicano desde niño. Se convirtió en experto en este actor, de cine invasor de Granada y simpatizante de los Contras, enemigo acérrimo del comunismo que rondaba en El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Según este joven, Reagan pasó a la historia como el último gran líder en Estados Unidos. La visión global, su carisma y sus frases como la famosa “Señor Gorbachov, derribe este muro”, refiriéndose al muro de Berlín, todavía se mencionan en las clases de historia americana.
Reagan es un personaje admirado no tanto por la mano tan dura ni todas sus políticas, sino por su grandeza.
Grandeza, según Tomás, es lo que falta hoy en la política en el mundo entero; no solo en forma de poder ni por la excesiva autoridad. Para él la grandeza también es compasión, valores, sentido del peso de la historia. Justamente estos atributos son los que está buscando, como votante por primera vez, entre los candidatos presidenciales americanos. Como estudiante de ciencia política, ha investigado, escuchado, leído y comentado con sus amigos y profesores sobre los aciertos y errores de Donald Trump y Kamala Harris. Se devora las noticias, analiza y discute con profesores y amigos mientras lo frustra la duda y la decepción.
Duda porque Donald Trump ni Kamala Harris carecen de ese don, aquel carisma que los aficionados y los enemigos de Ronald Reagan, de Bill Clinton y Barack Obama reconocían inmediatamente. La política de hoy se volvió pequeña, insignificante, sectárea, mediocre. Durante esta campaña los candidatos, siguiendo las encuestas y las redes, se empeñan en enfocarse en asuntos pequeños, pero sonoros que afectan a solo una fracción de la población. Ninguno demuestra una visión del mundo, ni el papel que juega el país más poderoso del mundo, una potencia nuclear. Dividen el mundo entre amigos y enemigos, sin acordarse de los reveses que han sufrido esos equipos. Irán, Arabia Saudí, Israel, y hasta México, cambian de “estatus” cada cierto tiempo. Ninguno partida cuenta con un plan sólido para relacionarse con estos aliados y detractores, ni han planteado sus propuestas sobre la política comercial, ni un coherente plan económico, mucho menos un programa para una solución humanitaria y efectiva frente a la inmigración. Para qué decir un plan de acción para que un país tan rico pueda acabar con la pobreza. Han dejado sin resolver la tragedia de los niños y jóvenes en todas las esquinas de Estados Unidos que tienen miedo de ser asesinados en clase de historia por un loco con una ametralladora.
Estados Unidos necesita soluciones, no discusiones estúpidas. Los americanos, incluyendo los 65 millones de hispanos que votan, se merecen un poco de respeto, un poco de esperanza respaldada por políticas sensatas. Donald Trump puso en el suelo la vara de la decencia, de la verdad, de la prudencia, y la diplomacia. Ya nos acostumbramos a su estilo grosero y su tono errático, negativo, y no nos sorprendemos ante sus ataques y su falta de compostura y de respeto a la democracia.
Esto no quiere decir que Kamala sea ideal. Durante cuatro años no se le ha visto un triunfo, un momento de liderazgo, un plan ejecutado con éxito, un discurso coherente. Con razón una de las respuestas más frecuentes en las encuestas electorales es que “no la conocen suficiente”. No hay derecho, después de sentarse en el segundo puesto en el país más visible del mundo.
Sin duda una segunda presidencia de Trump produce más miedo. El expresidente está avejentado y cada vez más incoherente y radical. En el otro costado, una Kamala resucitada parece haber tomado las riendas del partido. Su buen desempeño en el debate, los ríos de dinero de sus aliados millonarios, sus entrevistas cada vez más claras y sinceras, podrían llevarla a la victoria. Kamala no da miedo, pero tampoco genera completa tranquilidad.
No sorprende que Tomás, aficionado a Reagan, ni el resto de los votantes sientan apatía y decepción. Ojalá se acerquen a las urnas con responsabilidad, esperanza y conciencia, que también son signos de grandeza.
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