¿Se puede comprar un país?
Por lo visto, el presidente Donald Trump pensó que sí cuando en una reunión con el comité jurídico de la Casa Blanca y también en una comida social propuso comprar la ártica isla Groenlandia a Dinamarca.
Por lo visto, el presidente Donald Trump pensó que sí cuando en una reunión con el comité jurídico de la Casa Blanca y también en una comida social propuso comprar la ártica isla Groenlandia a Dinamarca. El diario Wall Sreet Journal propagó la noticia que al cabo de pocos días acaparó las primeras planas de los medios y desembocó en un ligero disgusto entre Washington y Copenhagen.
En efecto Groenlandia -la isla más grande del mundo- goza de cierta autonomía y anhela su independencia pero todavía se rige bajo la condición de un país ‘constitutivo’ (figura en la Constitución) de Dinamarca que la subvenciona económicamente. Por lo tanto, cuando se conocieron las intenciones de compra de Trump, la primera dama de Groenlandia se molestó y la calificó de “absurda” y un ministro preguntó si se trataba de una “inocentada”. Ofendido, Trump canceló (o pospuso hasta tiempo indefinido) una visita a Dinamarca programada por la reina Margarita II para el 2 y 3 de septiembre y oficializó un disgusto con el gobierno danés, fiel aliado de Estados Unidos en Otan.
Y el mundo se pregunta, ¿quiere verdaderamente Trump comprar Groenlandia? ¿Se trata de un capricho, de un chiste u otro fantasioso proyecto que sus consejeros le recomendaron como “buena oportunidad económica”? Las preguntas surgen y poco a poco aparecen razones válidas para pensar que la propuesta de comprar Groenlandia no es tan descabellada como pareció en un principio. En efecto resulta que sí se puede comprar un país -o parte de un país- y sucedió en el pasado y en especial en Estados Unidos. No olvidar que ese país se formó a punta de compras a retazos: en 1626 los holandeses compraron Manhattan (por mil dólares de la época ) hasta que la invasión inglesa convirtió Nueva Amsterdam en Nueva York. Más adelante los norteamericanos compraron Louisiana a los franceses, Florida a los españoles, California a los mexicanos, así como Arizona y Nuevo México; las indias danesas que se apodaron las Islas Vírgenes... y otros.
Tampoco olvidar que en 1946 el presidente Harry Truman vio la importancia estratégica de Groenlandia ubicada a medio camino entre Estados Unidos y la Unión Soviética para manejar una tenebrosa Guerra Fría que ya se vislumbraba entre las dos superpotencias. Ofreció entonces comprarla por la enorme suma (de la época) de 100 millones de dólares que pagaría en lingotes de oro. Cuando no lo consiguió, insistió y obtuvo el permiso de construir una base aérea en la ciudad groenlandesa de Thule.
Es más, la revista Forbes reveló que hoy existen en el mundo unos 400 billonarios con la capacidad de comprar un país. Y Groenlandia es muy apetecida porque no solo representa ventajas geoestratégicas sino también importantes ventajas económicas. Resulta que la isla de una superficie de 2.166.086 kilómetros cuadrados y 56.295 mil habitantes (Wikipedia) posee enormes recursos energéticos y minerales incluyendo los llamados ‘tierras raras’ que se utilizan para la fabricación de aparatos de alta tecnología como las baterías y los ‘smartphone’ y cuyo monopolio tiene China. Quitarle este monopolio a China encantaría a Donald Trump en plena guerra comercial con este país y explica por qué y de manera más discreta también los chinos quieren comprar Groenlandia. Sin embargo hoy la compra de un país ya no es tan fácil como en el pasado. El proceso es arduo y viene enmarcado por leyes complicadas adoptadas por Naciones Unidas desde el año 1945 para proteger la integridad y las fronteras de todos los países y se consideran inviolables. Aunque con la fuerza y el dinero todo se puede. Y Trump lo sabe mejor que nadie.