Columnistas
Llegó la hora (2)
Normalmente esos logos gigantes están ubicados en los sitios estratégicos donde las cámaras de televisión los enfocarán y harán de su exposición una multitudinaria en gracia de sus audiencias.
En mi columna anterior fundamentalmente planteaba la retribución en dinero que, por el uso del espacio público, deberían hacer en el presente los organizadores de carreras de calle y todos aquellos que hagan uso de este, representado en andenes, parques, plazoletas, escenarios deportivos de alto rendimiento, comunitarios y similares. Agradezco la acogida que tuvo la propuesta, y tanto al director de la Secretaría de Planeación, Diego Hau, como a su compañera Melissa Vergara, les reconozco su interés en invitarme a discutir el tema para incorporarlo en las discusiones sobre el espacio público y su reglamentación que pronto verá la luz.
Se me ocurre hacer una versión dos del escrito, pues considero que también le llega la hora al análisis concienzudo, profesional y profundo de la forma como se debe administrar, operar y ‘explotar comercialmente’ a todos los escenarios deportivos tanto comunitarios como del alto rendimiento de la ciudad. Para llevarse una idea de la complejidad del asunto, les invito a mis lectores a dar clic en el siguiente enlace: https://www.idrd.gov.co/sites/default/files/2023-05/pae-idrd-2023.pdf.
O buscar en Google el ‘Protocolo de aprovechamiento económico del instituto distrital de recreación y deporte (IDRD)’, con el fin de ilustrarse en 52 páginas sobre el tamaño del reto que supone un protocolo de uso adecuado, justo, que consulte las necesidades del usuario, que evite abusos de particulares, mitigue los riesgos de corrupción, el tráfico de influencias, el pago de favores políticos a través de los permisos de uso o el otorgamiento de derechos de administración sin rigor alguno, y toda la problemática alrededor de este tema tan importante para la sana convivencia de las comunidades.
El ciudadano del común puede ver en importantes escenarios deportivos de la ciudad cómo, a través de los años, permanecen logos de empresas privadas fijados en pendones o paredes de pistas y graderías, o carpas e infraestructura como vallas y tarimas, todas debidamente ‘brandeadas’, para usar el anglicismo, que estarían obligadas a retribuir por esa exposición de marca.
Normalmente esos logos gigantes están ubicados en los sitios estratégicos donde las cámaras de televisión los enfocarán y harán de su exposición una multitudinaria en gracia de sus audiencias. Ese mismo ciudadano podrá darse cuenta en el escenario comunitario de su barrio cómo los horarios deportivos son asignados a juicio del administrador de turno, quien termina asumiendo responsabilidades que el Estado debería reglar para garantizar la justicia y la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. También podrá darse cuenta cómo la cancha sintética pública origina ingresos constantes a quien la administre, sin mayores retribuciones para su mantenimiento, lo que origina un reemplazo prematuro que el Estado asume para darle continuidad así a un ciclo perverso.
Todo lo anterior genera un malestar social, pues el ciudadano del común conoce esto y se molesta, le genera tensión y propicia conflictos innecesarios (para lograr lo propuesto anteriormente escribiré otra columna oportunamente).
El espacio público de la ciudad debe ser cabalmente reglamentado, y de esa forma se constituye en un verdadero ‘espacio de convivencia pacífica’.
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