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Ossiel Villada

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Lloren, si quieren...

Y todo el mundo se puso, en fila india y sin parar, a cargar hojitas para construir esta majestuosa casa que le hicimos en Cali a la COP 16.

25 de octubre de 2024 Por: Ossiel Villada

Si es cuestión de confesar, como dice Shakira, debo decir que escribo estas líneas con el ‘ojo aguao’ y con nudo en la garganta. Yo, que cuando quiero llorar no lloro, en varias ocasiones de los últimos cinco días he soltado, cual Donizetti del trópico, una furtiva lágrima en cualquier esquina.

Ver a Cali en ‘modo COP 16′ me ha conmovido hasta los huesos y debo confesar que todo me emociona, todo me parece bello, todo me desborda el alma de orgullo, todo me confirma que recibí el mayor regalo del mundo al nacer en esta tierra.

Pero no soy el único. Veo en el Bulevar a montones de señores venidos de tierras de sangre fría, con sus chaquetas de paño al hombro, resucitados con la brisa mágica que baja de Los Farallones mientras hablan de negocios verdes y sostenibilidad.

Y leo en las redes a señoras muy aseñoradas que se han convertido en adolescentes burbujeantes para contar cómo se gozan la fiesta de la biodiversidad y la cultura en las calles.

Y me topo en la Plaza de Cayzedo a gentes venidas de lugares que ni siquiera ubico en el mapa, preguntándose por qué no habían descubierto antes este pequeño paraíso en el mapa donde probaron algo llamado Viche.

Entonces miro hacia atrás y me doy cuenta de todo lo maravilloso que tuvo que pasar para que pasara lo que está pasando.

El 20 de febrero el presidente Gustavo Petro anunció -con un agudo cálculo político, pero también con un gran sentido de la generosidad que no se le puede negar-, que había elegido a Cali como sede de la COP 16.

Pero dos meses antes de eso Susana Muhamad, su muy pila ministra de Ambiente, se había ido a Dubai a proponer a Colombia para organizarla, luego de que Turquía se ‘bajara del bus’ debido al terremoto que casi la acaba.

Y al mismo tiempo Alejandro Eder, todavía sin posesionarse como Alcalde, tuvo la audacia y la claridad para proponer a Cali como ciudad anfitriona. Y Dilian Francisca Toro tuvo la agudeza para entender que debía sumarse y armar un ‘corrinche’ de buena energía con toda la gente del Pacífico.

Y los empresarios dijeron que sí, con palabras y con plata. Y la academia aportó su inmensa cosecha de genios en rama. Y el combo de la cultura le puso transpiración a la inspiración. Y las oenegés de todos los pelambres se pusieron la camiseta. Y los indígenas anunciaron una gran minga de respeto y saber ancestral en Cali.

Y los taxistas aprendieron a decir “Welcome to the pandebono land”. Y las más de 560 especies de pajaritos que viven aquí decidieron cantar mejor que nunca. Y el fenómeno de La Niña aplazó sus aguaceros apocalípticos. Y el caleño de a pie decidió pasar del escepticismo al optimismo. Y luego al compromiso, ‘vojabés’.

Y entonces, durante ocho meses, esta Colombia fracturada que se odia porque sí y porque no también, acordó seguir la sabia y silenciosa lección de las hormigas. Y todo el mundo se puso, en fila india y sin parar, a cargar hojitas para construir esta majestuosa casa que le hicimos en Cali a la COP 16.

Y aquí estamos hoy, bañados en lágrimas, dándonos cuenta de que pese a más de medio siglo de guerra, todavía no hemos olvidado lo que significa trabajar juntos. Más aún cuando se trata de salvar la enorme riqueza natural que el Universo nos dio. Está pasando en Cali. Así que no se lo pierdan. Disfrútenlo. Y lloren, si quieren.

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