Columnistas
Lo mismo que antes
Entiendo la tribulación y confusión de varios de los que eligieron a Gustavo Petro para liderar un cambio institucional y de comportamiento político.
“Eso era lo que íbamos a cambiar”, me contestó un amigo petrista con ADN original de la Colombia Humana, del pequeño grupo que se escindió del Polo Democrático Alternativo en 2010, cuando Gustavo Petro fue apabullado en una votación por su dirección, que perdió ante Clara López Obregón en una relación de casi 1 a 4. A Petro lo acusaban de querer entregar al Polo al liberalismo representado en el gobierno de Juan Manuel Santos, ganador en las elecciones presidenciales en las que Petro quedó de cuarto. Él los acusaba de haber sido complacientes con la corrupción de los hermanos Moreno Rojas en Bogotá.
Me respondía la pregunta de cómo veía la defensa del gobierno a los múltiples cuestionamientos que ha tenido que capotear en las últimas dos semanas, por cosas como la plata de Fecode que se trianguló hacia la campaña de Gustavo Petro como un aporte al partido Colombia Humana, y los costos de tener a Verónica Alcocer como embajadora en misión especial con el séquito que la acompaña.
Entiendo la tribulación y confusión de varios de los que eligieron a Gustavo Petro para liderar un cambio institucional y de comportamiento político. Las respuestas del gobierno para enfrentar polémicas, de ninguna manera pequeñas, son contradictorias con la representación del cambio, pues dicen que están haciendo lo mismo que los gobiernos de Duque, de Santos y hasta Álvaro Uribe Vélez.
El presidente responde anatematizando, dominado por la ira y el desespero. Desde las cuentas del gobierno se lanzan explicaciones que acentúan la contradicción de señalar a los opositores de hipócritas, pues el gobierno Petro no está haciendo nada diferente a lo que hicieron sus antecesores. Es el libreto usado desde el escándalo por el polígrafo a la niñera de la zarina Laura Sarabia, cuando la defensa consistió en que se trataba de una práctica institucionalizada desde presidencias anteriores.
Hay grados de diferencia naturalmente. La triangulación de dinero para pasarla a una campaña a través de un partido es irregular en cualquier escenario. Pero que la plata venga de los ingresos de una empresa privada es bastante diferente al uso de los ingresos de una organización sindical como Fecode, porque su misión es distinta.
En términos de credibilidad, eso le está costando al progresismo más que haber entregado la dirección del Pacto Histórico a políticos tradicionales, o la mediocridad que campea en la burocracia, porque para poner panegiristas y sicofantes han bajado los requisitos de los cargos. Le costará tanto como la incapacidad de ejecutar un programa de gobierno, motivo del cónclave de ministros con el presidente en diciembre pasado, convocado para analizar por qué el gobierno no había hecho mayor cosa y aun así decir que había que impedir el regreso de la derecha porque iban a acabar ‘todo lo que ha hecho’ el gobierno de Petro.
Es en este contexto que se sugiere la fusión de todo el progresismo en un partido único, para tener éxito en el 2026 y ‘continuar el cambio’ con ‘otro gobierno popular’, no han dicho aún si liderado por Roy Barreras o Armando Benedetti, dos revolucionarios a carta cabal.
En la crisis, el presidente se encerró en un círculo de fuego con personas que lo complacen, la mayoría porque les conviene; la chequera presidencial es tóxica, pero es abultada. Tener el poder, aunque el gobierno tenga las rodillas quebradas por la incompetencia y la corrupción, se ha convertido en un objetivo central.
Es que el cambio no es importante cuando el gobierno se atrinchera para defenderse diciendo que solo ha hecho lo mismo que antes.