El pais
SUSCRÍBETE
Mario Fernando Prado

Columnistas

Los unos por los otros

De nada me valieron las consideraciones de que se trataba de unas joyas cuyo precio se incrementará fabulosamente año tras año...

11 de octubre de 2024 Por: Mario Fernando Prado

Me prestaron en día pasado un ‘mercho’ nuevecitico, porque mis hijos y mi nieto andan con el cuento de que debo tener un vehículo con la última tecnología, no solo por mi edad ya venerable, sino porque, además, requiero de un transporte confiable, eficiente, seguro y no sé qué tantas otras cosas.

Ah, y además me dijeron que sería un regalo muy especial para este pajarraco, cosa que agradecerían mis cada vez más pelados bolsillos.

¡Qué nave, Dios mío! Empecemos por el diseño, absolutamente aerodinámico, con esa estrella presidiendo una imponente carrocería. Sigamos con el interior, con ese olor característico de esta marca, discreto, pero lujoso, con unos detalles prácticos y únicos en ese habitáculo en el que nada falta y nada sobra.

Después de haber tomado un rápido curso para entender un ‘tablero’ como de avión, colocarme el cinturón y ajustar ergonómicamente el asiento, vino el plato fuerte: encender el motor para oírlo rugir como león en celo, pero no sonó nada. Lo ‘chancletie’ y menos. ¡Qué decepción!

Pero así y todo, le moví una palanquita miserable y se despierta ese felino y en décimas de segundos ya marcaba cien kilómetros por hora. Tomé atrevidamente una curva y ni se ‘mosquió’ y cuando fui a parar, fue tal el frenazo que casi me salgo por el parabrisas.

Acto seguido, me dirigí a El Saladito. Dejé regados a todos los vehículos que iban subiendo, incluyendo las motos. Infringí la ley pasándome temerariamente en las curvas más cerradas y me gasté en diez minutos un trayecto en el que antes me demoraba media hora, si no se recalentaban mis pichirilos o, resabiados que son, les daba por toser y hasta estornudar, y había que ‘chocholearlos’ para que no me dejaran tirado.

No hay que prenderle las luces, ni accionar las plumillas: todo es automático. Tiene cámaras por todos lados, frena solo, ‘jor dicho’ la octava maravilla del mundo. ¿Y el precio? No te preocupes papá. ¿Y traga mucha gasolina? No señor, este carro es eléctrico, no tiene distribuidor ni bujías, ni bombas de agua, ni de aceite. No conoce lo que son los ‘chicleres’ ni tiene esa cantidad de cables y cablecitos. Y lo mejor, ofrece una garantía que cubre todo.

Pero hay una condición por tu bien, me dijeron al unísono: tienes que salir de esos carromatos, cacharos, cancanas y chécheres que viven de taller en taller y que ya ni Don Davis -premio Nobel en mecánica automotriz del siglo pasado- puede arreglarlos.

De nada me valieron las consideraciones de que se trataba de unas joyas cuyo precio se incrementará fabulosamente año tras año, amén del valor sentimental por el uno o por el otro. Nada de eso. Además, me recalcaron: “No tienes donde guardarlos y la vecina María Nelly no soporta más ese cementerio en el parqueadero del edificio”.

La verdad, no sé qué hacer. Lo nuevo vs. lo viejo. El mañana vs. el ayer. El futuro vs. el pasado.

Lectores queridos, ayúdenme a tomar esta difícil decisión. Espero sus consejos, mariofernandopiano@gmail.com

Regístrate gratis a nuestro boletín de noticias

Recibe todos los días en tu correo electrónico contenido relevante para iniciar la jornada. ¡Hazlo ahora y mantente al día con la mejor información digital!

AHORA EN Columnistas

Columnistas

Oasis