Revocatoria
Indigna que la situación se salió de madre y que no existe un liderazgo que nos ayude a encontrar el camino.
Imagine este escenario: ir a dejar a su hijo al colegio o salir de una jornada dura de trabajo, parar en un semáforo, dar marcha en verde y que de repente 50 personas en motos se abalancen sobre usted para quitarle lo que es suyo y con tanto esfuerzo le ha tocado obtener.
Demencial, así fue el video que esta semana presenciamos en los alrededores del Cementerio Central en el norte de Cali y que demuestra cómo la ciudad está en manos de delincuentes, y es literal. Indigna que la situación se salió de madre y que no existe un liderazgo que nos ayude a encontrar el camino.
La rabia, la impotencia y la orfandad que sentimos quienes amamos a Cali se ven reducidos al episodio de hace tres semanas atrás cuando en un operativo en las Tres Cruces ‘robaron a la policía’. Da risa pero ejemplifica que estamos en manos del hampa y no hay resultados para solucionar la situación.
Mientras esto pasa, como es justificable en una democracia, los líderes de los partidos se despedazan con señalamientos calentando la próxima contienda electoral. Con una revocatoria que poco futuro tiene en un país como Colombia donde en sus años de elección popular solo en el 2018 Nelson Javier García Castellanos se convirtió en el primer alcalde revocado, la sinsalida nos debe hacer pensar en un poderoso movimiento ciudadano que elija como bandera la educación democrática electoral con miras el próximo periodo local.
Como se planteó en el Concejo, llegamos en julio del 2021 a 747 homicidios, 168 más que en el periodo anterior y la tasa de homicidios ha aumentado en 56,5% por cada 100 mil habitantes, esto sin contar la deteriorada percepción de seguridad que va a matarnos de los nervios a todos en el lugar donde estemos: caminando por el barrio, en la esquina del supermercado, incluso en las actividades lúdicas y deportivas. En todas las zonas y lugares nos hemos acostumbrado al maniqueísta comentario de los abuelos: no dar papaya.
No soy amiga de las revocatorias por lo que cuestan -según la Registraduría, para el 2022 $430mil millones - especialmente porque profundizan la polarización y victimizan a los mandatarios que justifican su ausencia de liderazgo como persecución de los opositores y finalmente porque las asumen como bandera para mantener enemigos ocultos permanentes. También porque la ciudad pierde tiempo para exigir lo real, lo que nos toca y es que hagamos control social a las políticas gubernamentales.
Como hija adoptiva de Cali he votado en los últimos años aquí y anhelo profundamente que estemos aprendiendo la lección, nos está tocando muy caro este laboratorio de experiencias compartidas que como trasfondo pareciera denotar que a alguien le interesa este desmadre delincuencial y político.
La responsabilidad política sin duda es del alcalde Ospina y su equipo de gobierno, pero también hay responsabilidad ciudadana: seguimos adormecidos y apaciguados. Las revocatorias como mecanismos de participación se han pervertido porque se han politizado y en términos concretos son tan enredadas en normas legales y reglamentarias que es casi una odisea que produzcan efectos claros. Aquí lo que toca es empezar a pensar en lo que sigue, porque como vamos, vamos muy mal.
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