¡Pobre James!
Hace cinco años, cuando James Rodríguez estaba en la cima, escribí esta columna que reproduzco en toda su integridad. Me llovieron rayos y centellas calificándome de ave agorera. Lastimosamente creo que no...
Hace cinco años, cuando James Rodríguez estaba en la cima, escribí esta columna que reproduzco en toda su integridad. Me llovieron rayos y centellas calificándome de ave agorera. Lastimosamente creo que no solo tenía razón sino que resultó premonitoria. Esto dije entonces:
En medio de sus éxitos futbolísticos y su veloz megafortuna, el querido James Rodríguez me produce mucha consideración. ¡Verdadera lástima! Veo la manera cómo, cual aves de rapiña se le acercan mercachifles de todas las calañas a intentar lucrarse de la súbita popularidad y fortuna del talentoso colombiano. Le han caído sin respiro empresarios fabricantes de zapatos, guayos, camisetas, calzoncillos para utilizar su trabajada figura como modelo y construir una imagen que se transforme en referencia de millones de niños y jóvenes.
Luego está James consumidor, perfecto para ser acosado con las extravagancias del mundo del lujo y los excesos. Y del poder. La presión para gastar descontroladamente empieza a mostrar sus resultados. La última es la mansión que terminó escogiendo para vivir con su esposa Daniela y su pequeña hija en el extravagante sector de La Finca, en las afueras de Madrid, España, habitado por los nuevos ricos salidos del negocio del entretenimiento entre el que se incluye el fútbol. Se trata de un barrio en medio de bosques y lagos artificiales de lujo donde está localizado un conjunto de casas de más de 1000 metros cuadrados cuyo valor fluctúa entre los 2,5 millones y 6 millones de euros. Allí va llegando a vivir cada jugador que entra a formar parte del combo de las estrellas de la Liga española de fútbol.
James y su esposa atrapados en el torbellino de ingresos y gastos superlativos forman ya parte del vecindario de aparentadores. Daniela Ospina tampoco ha sido ajena a las pretensiones del arribismo universal con su presencia en las revistas de farándula y su aparición en un equipo comercial de voleibol. Conduce como James en el carro que toca: un Audi… (En menos de un año, ahogados por el bochorno ya se estaban separando).
Aquello que pudo leerse como la gran oportunidad como fue la aparición de alguien tan nefasto como Florentino González -el dueño del Real Madrid- en la vida de James Rodríguez cuando decidió ficharlo después de su extraordinario desempeño en el mundial del Brasil, puede convertirse en su mayor desgracia. Florentino es un funesto y cuestionado personaje por sus piruetas empresariales, que ve la vida como un negocio y a los seres humanos como unas mercancías que se compran y se venden y James Rodríguez entró a formar parte de su miscelánea humana.
Como ocurre cuando se pierden las proporciones, el colombiano debe estar a punto de perder el limite y confundir un millón con mil millones y con la misma ingenuidad con que los niños juegan Monopolio. Por más disciplinado que sea no es fácil para el buen James escapar al embrujo de los titulares de prensa, la fama y la capacidad demencial de antojarse y consumir que le da un ingreso de $50 millones de pesos diarios -$1474 millones mensuales-, un distractor perverso que terminará alejándolo cada día más de la esencia del muchacho sencillo que se preparó simplemente para cumplir el sueño de ser un gran jugador de fútbol. Y el castillo de naipes, como en los cuentos, parece haberse derrumbado.