Columnistas
Más mecatos
El brazo de reina y las solteritas, el caucho o dulce de colores que se partía fácilmente al llevarlo a la boca, la melcochuda melcocha arranca calzas. ‘Jor dicho’, quedan faltando...
Harta razón tuvo José Pardo Llada cuando se le ocurrió el Festival del Mecato, iniciativa que reunió, en varias oportunidades y con enorme éxito, a miles de caleños ‘mecateros’ que pudieron degustar en un solo lugar las delicias de dulce y de sal que se ofrecían en los andenes y que se han ido acabando dándole paso a los snacks y otras sofisticaciones, nada qué ver con los sabores originales.
Fue así como a la columna del pasado viernes respondieron muchos boquisabrosos agregando más y más mecatos y frutas de grata recordación que enumeraré a continuación, omitiendo, por razones de espacio, los nombres de los remitentes a quienes les agradezco el detallazo.
Comencemos por el champús y el masato; las luladas; los raspados con dulce de moras y leche condensada. Vayámonos a los popsicles y los yoyos de las paletas Liz con sus alegres carritos tilín tilín, los helados Paty, los de naturalito y hasta los del italiano Ventolini de la sexta que Diego Sardi y su esposa los catapultaron junto con una deliciosa cocina.
La chancaca y la chancarina, los suspiros que ofrecía a grito herido un singular personaje, cuando la Santiago quedaba en la hoy Casa Proartes frente al Teatro Municipal; el dulce de panela y coco, llamados cucarachas; los pirulís y los Cosmopolitan (que no he sabido en qué consistían); los alfandoques y las melcochas que se preparaban en orquetas de palo.
Los zapotes y los mamoncillos; el mango -y no manga que son dos personas distintas-; el jugo de badea, que no sabía a nada, y el de borojó; sin olvidar el legendario jugo del amor prohibido, que “levanta el ánimo al caído y despierta al que está dormido” y del que dicen, además, que enfierraba más que un seviche de camarones con chontaduro y miel de abejas con una pepita azul de viagra.
El arroz de leche, el salpicón de las ocho frutas, las ciruelas de Pepe, el mamoncillo, el ponche callejero, las gomitas, las frunas, los cholados de palito, las rosquitas de infarto rebozadas de azúcar que fritaban en aceite de carro y las entregaban en bolsas de papel -¿serían acaso los churros de hoy?- y las famosas caspiroletas de las Córdoba de Palmira, que todavía subsisten.
De no olvidar los pandebonos de Tardes Caleñas, frente a la Plaza de Toros, hoy famosos en todo el mundo. Las empanadas de Cambray, el pandeyuca con moco, los bizcochuelos de Yumbo, las empanadas de las margaritas, la gelatina de pata, y en Bogotá, los chicharrones de la porciúncula.
La arepa’e huevo, rellenas con queso, asadas en planchas callejeras, frente a los laboratorios que sacaban sangre en ayunas y que su ingesta evitaba desmayos y malaires. El brazo de reina y las solteritas, el caucho o dulce de colores que se partía fácilmente al llevarlo a la boca, la melcochuda melcocha arranca calzas.
‘Jor dicho’, quedan faltando otras ‘delicatessen’ que a lo sumo producían exceso de flatulencias y que a todos nos traen gratas reminiscencias. Cierro con un comentario de una lectora caleña radicada en España que me escribió diciendo: “Yo, por un buen chontaduro, mataría”.
***
Posdata: Mañana sábado a las 9:00 a.m., en el Gato del Río, se iniciará una nueva jornada de limpieza a la que acudirán docenas de voluntarios: escoba, cepillo, brocha en mano, dentro de la campaña de embellecimiento de nuestra ciudad.
Regístrate gratis a nuestro boletín de noticias
Recibe todos los días en tu correo electrónico contenido relevante para iniciar la jornada. ¡Hazlo ahora y mantente al día con la mejor información digital!