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Vicente Durán Casas | Foto: El País

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Mayoría de edad digital

La minoría de edad de hoy mantiene la misma estructura básica de antaño, y consiste en el uso inmaduro de los medios que tenemos a nuestro alcance.

30 de septiembre de 2024 Por: Vicente Duran Casas

Immanuel Kant definió la Ilustración -el movimiento cultural y político que acompañó e impulsó la Revolución Francesa de 1789- de la siguiente manera: “Ilustración significa el abandono, por parte del ser humano, de una minoría de edad de la cual él mismo es responsable. Esta minoría de edad es la incapacidad para servirse de su entendimiento sin ser guiado por otros. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando la causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía del de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración”.

Desde entonces la minoría de edad (Unmündigkeit) dejó de ser un concepto jurídico que establecía límites entre poder o no poder decidir por sí mismo ante la ley, y alcanzó un significado novedoso que se convirtió en una poderosa herramienta de crítica social: menor de edad puede ser una sociedad en la que personas o grupos sociales, aunque sean mayores de edad ante la ley, de hecho se dejan guiar y conducir por otros sin hacer uso de sus facultades, sobre todo en asuntos de religión y política.

Trasladada al siglo XXI, la contraposición de minoría y mayoría de edad no solo vuelve a ser una categoría que nos ayuda a comprender mejor el mundo en el que vivimos, también nos aporta una potente herramienta para renovar, más allá de las ideologías imperantes, eso que la Escuela de Frankfort llamó teoría crítica de la sociedad.

La minoría de edad de hoy mantiene la misma estructura básica de antaño, y consiste en el uso inmaduro de los medios que tenemos a nuestro alcance. Las palabras de Kant resultaron proféticas: “Basta con tener un libro que supla mi entendimiento, alguien que vele por mi alma y haga las veces de mi conciencia moral, un médico que me prescriba la dieta… No me hace falta pensar, siempre que pueda pagar; otros asumirán por mí tan engorrosa tarea”.

En efecto: el uso exorbitado de medios digitales no nos convierte en adultos digitales. Esa adultez aparece solo cuando nos apropiamos críticamente de los medios digitales que utilizamos, cuando somos nosotros los que los dominamos a ellos y no ellos a nosotros. Eso lo percibimos de una manera más clara en la proliferación autocomplaciente de fake news y en la instrumentalización del lenguaje -visual o escrito- para hacernos creer que somos libres en la misma medida en que dejamos de serlo. Ningún sustituto del pensamiento propio le hace un bien a la libertad humana. La comunicación en la era digital, cada vez más fragmentada, aparentemente pública y más bien circular, facilita que la vida acabe siendo vivida en una especie de burbuja en la que, para ser feliz no se requiere (o no conviene) pensar por cuenta propia.

La mayoría de edad digital nos permite distinguir críticamente entre ilusión y realidad, y desenmascara la simulación cultural, religiosa y política. Adultos digitales no se creen todo lo que aparece en internet y en redes sociales porque saben que los algoritmos son alimentados por la información que cada uno de nosotros desearía leer. Adultos digitales incrementan en el mundo digital su libertad y sus capacidades críticas, y junto con la libertad crecen también en responsabilidad y solidaridad social.

Para ser adultos digitales se requieren algunas virtudes de ciudadanía-digital. Pero de eso hablaremos en nuestra próxima columna.

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