Medellín

Debo confesarlo: siento por Medellín envidia, pero envidia de la sana. La envidia que no desea el mal del envidiado, sino expresar por el contrario las ganas de seguir su ejemplo. Es una envidia que siento desde mucho tiempo atrás y que ha reanimado mi reciente participación en el jurado del Premio Internacional de Arquitectura Rogelio Salmona. Distinción que me ha dado la oportunidad de estudiar cuidadosamente la documentación referida a los 42 proyectos presentados a esta nueva edición del mismo, procedentes de Argentina, Brasil, Chile, Perú, Ecuador, México y desde luego Colombia.

Todos de gran calidad y todos comprometidos - como establecían las bases del concurso - con la dignificación y valoración del espacio público, tal como hizo de manera ejemplar Rogelio Salmona. Autor, como bien se sabe, de las Torres del parque de Bogotá, un conjunto residencial y edilicio que se han convertido con justa razón en un símbolo de la capital de la república.  Y de muchas otras obras más, pensadas siempre en función de la generación de espacios de encuentro e intercambio de la gente de sobresaliente calidad.

Pero a lo que iba. Entre esos 43 proyectos, destacaba con fuerza, tal y como lo reconocieron los otros miembros de un jurado del premio igualmente internacional, los proyectos presentados por los arquitectos paisas. El jurado argentino llego a decir que él también sentía envidia por la calidad de los mismos. Y se comprende. Los proyectos eran sobresalientes tanto por su notable calidad como por el hecho de que demestran el decidido compromiso de sus autores con el servicio a la comunidad y por ende con la ciudad.

Concluyo, destacando el papel de la arquitecta caleña María Elvira Madriñán, presidenta de la junta directiva de la Fundación Rogelio Salmona, en la gestión de estos premios.