Columnistas
Mercenarios
Se sabe de mercenarios desde el antiguo Egipto. Pero su momento de esplendor fue la baja Edad Media, antes de que se inventara la artillería.
Se dice que es la profesión más antigua del mundo, o por lo menos la segunda: hacer la guerra, no el amor, a cambio de una paga. Fue siempre un recurso fácil para un Estado rico pagar un ejército de profesionales para que librara sus guerras. Se economizaban poner los muertos de entre sus propios campesinos mal entrenados. Y es que si la guerra es un arte perverso pues se necesita gente que conozca el oficio para ejercerla. Se sabe de mercenarios desde el antiguo Egipto. Pero su momento de esplendor fue la baja Edad Media, antes de que se inventara la artillería. Sobreviven de la Italia del Siglo XV dos estatuas en su honor. La de Gattamelata, hecha por Donatello, y la de John Hawkwood, hecha por Paolo Ucello. Grandes artistas al servicio del poder prepago. Por esos tiempos la profesión se volvió algo prestigioso. Grandes señores se convertían en mercenarios para cuadrar sus arcas, al servicio de la mejor paga. Sigismondo Malatesta, señor de Rímini y Federico da Montefeltro, Duque de Urbino, entre ellos.
Los guardias suizos, tan elegantes en su uniforme diseñado por Miguel Ángel, no fueron más que mercenarios contratados por el Papa desde tiempos de Sixto IV en el Siglo XVI, carácter que nunca han perdido. Entre nosotros la Legión Británica, que tuvo destacado papel en las luchas de independencia, no fue otra cosa que un grupo de mercenarios sobrevivientes de las guerras napoleónicas, muchos de la peor calaña, que acá vinieron a dar como ayuda británica en la lucha contra España, su enemigo secular.
Luego se inventaron los Estados Nacionales, el servicio militar obligatorio y el patriotismo. En 1916, durante los cinco meses que duró la batalla de Somme, en la I Guerra Mundial, que enfrentó a franceses y británicos con alemanes, murieron más de un millón de jóvenes soldados, en una carnicería producida por la estupidez de sus generales. Un ejército bien entrenado de mercenarios hubiera despachado el asunto antes y a menor costo.
El tema se ha vuelto a poner de moda con la rebelión de Yevgueni Prigozhin, comandante del grupo Wagner, contra su patrón, Vladimir Putin, grupo que no es más que un ejército de mercenarios que se alquila al mejor postor en varios países africanos y que es contratado por la propia Rusia, por considerarlo más letal y mejor organizado que su propios ejércitos. Se cree que tiene más de 250.000 hombres de los cuales solo 10.000 están involucrados en la invasión a Ucrania. La rebelión, que nace de las diferencias entre Prigozhin y la alta comandancia rusa, es una gran vergüenza internacional, porque demuestra la incompetencia del ejército regular en una guerra que se desata en defensa de la Madre Rusia, pero que en vez de inspirar patriotismo toca acudir a pagarle a quien mejor lo haga. Cambian los tiempos, desde que se les construían estatuas a los condotieros.
Como en la guerra moderna todo está reglamentado con la idea de humanizarla, como si no fuera siempre inhumana, el protocolo adicional a la Convención de Ginebra de 1977, define lo que es un mercenario, para decir que si es capturado debe ser tratado no como un combatiente sino como un delincuente común. Lo esencial es que no sea un nacional ni miembro de las fuerzas armadas de las partes en conflicto. Aplica para Wagner en África, pero en la guerra contra Ucrania, parece ser más una degradación tolerada del ejército invasor. Una turba de delincuentes comunes.
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