Columnistas
No eres un cargo
¿Has pensado cuántas veces, embriagado de superioridad, soberbia y sobradez, insultaste, perseguiste, fuiste injusto o destruiste a alguien?
“Los cargos son temporales, los rangos y títulos son limitados… pero la forma en que tratas a las personas siempre será recordada a través de tu marca personal”.
La frase circuló, recientemente, en redes sociales y grupos de WhatsApp. Mucha gente se detuvo ante a ella, a comentar. Había tanto por decir, que surgieron conversaciones citando experiencias propias y cercanas, buenas y malas, ejemplarizantes o desastrosas, pero todas con moraleja.
Lo que a simple vista sugería un tema de tantos que se postean o comparten, originó comentarios como: “La arrogancia es la máscara utilizada cuando existen complejos, sobre todo de inferioridad”; “cuando lo efímero de los cargos y de los títulos termina solo queda la satisfacción de haber cuidado con dignidad de cada persona que se tuvo a cargo”, “a muchos se les olvida. Hoy puedes estar ahí, mañana se cambian los papeles. Todo es circular, hay que ser personas, ante todo”; “valores, valores, eso es lo importante”; “algunos se creen los dueños del mundo y con el poder para dañar vidas”.
Esta última frase deja ver que, además de la vanidad, el poder puede enceguecer al punto de dañar, y es ahí donde la discusión deja el plano de la anécdota para convertirse en lección. ¿Has pensado cuántas veces, embriagado de superioridad, soberbia y sobradez, insultaste, perseguiste, fuiste injusto o destruiste a alguien?
Durante el covid, al ver que la vida era tan frágil, hicimos muchas promesas; juramos que después de la pandemia seríamos ‘seres de luz’, renovados, en ‘modo zen’, espirituales; repetimos la palabra empatía tantas veces como fue posible, promulgábamos las buenas acciones… nos jurábamos humanidad.
Con el tiempo, vimos que la mayoría de esas reflexiones fueron flor de un día, o de unos meses, cuando había que prometerse ser mejor, porque todo lo que estaba pasando en el mundo no podía ser en vano. Porque veíamos que un virus podría arrebatarnos todo en un abrir y cerrar de ojos. Porque había que mirar más a los ojos de quienes estaban a nuestro lado. Y quizás, quienes sobrevivieron o perdieron gente que amaban hayan sido fieles a esos juramentos de ser mejores y poner las banalidades en su justo lugar.
En tanto, hay quienes la vida a la fuerza les enseñó que los tronos, los títulos, no son eternos, luego de sufrir una turbulencia económica, tomar una mala decisión o recibir una decisión inesperada. Y en el aterrizaje forzoso se vieron obligados a recobrar la humildad embolatada o a conocerla, porque estaban tan ocupados en dar órdenes o recitar sus logros, que jamás pensaron en ella.
No vamos a desconocer a quienes con esfuerzo se labran un camino y llegan a la cima, o a sentenciar a quienes nacieron en la cima. Tampoco se trata de una alegoría al resentimiento o de una apología a la vagancia. ¡Ni más faltaba! Es legítimo prepararse, ascender, tener metas. Y si siempre estuviste arriba, bien por ti, si no has sido injusto o arrogante. La vida no es igual para todas, para todos, lo que no puede ser distinto y lo que nos hace tan distintos es cómo la asumimos, valoramos y tratamos a los demás.
Vale la pena que en estos días de reflexión nos demos unos minutos para pensar si hemos sido un título o cientos, más que personas. A que meditemos sobre esa frase inicial, que parece simple, pero que lleva un trasfondo que amerita atención. Ojalá nuestra marca personal esté libre de prepotencia y llena de escucha, gratitud, humildad y consideración, sin obviar los diálogos incómodos que aparecerán en el camino, pero que se pueden dar desde el respeto y la comprensión. No eres un cargo, eres lo que siembras, enseñas y das. Ahí está la verdadera esencia.
@pagope