Columnistas
No me toquen ese vals
Cuando volví a mi Buenaventura, hace unos años, e ingresé en la Catedral de San Buenaventura, otro día símbolo de la mejor arquitectura de fines del Siglo XIX...
Cambiar el escudo de Colombia es como transformar la letra del Himno Nacional, y congraciarse con la estupidez que es la culpable de parte de los males nacionales; creer que ser ‘moderno’ es tener libertad para tocar los símbolos.
Por este mismo prurito ‘modernista’ sin sentido, han sido arruinados en Colombia más de 700 pueblos, otro día bellos en su esencia arquitectónica, en su trazado colonial original. Por culpa de curitas progresistas, muchas de las viejas iglesias fueron demolidas para poner, donde antes hubo ladrillo desnudo, ‘azulejos’; donde hubo piedra noble y vieja, cerámica blanca. Así que estos pueblos que antes se parecían a Pénjamo, el de las cúpulas doradas, ahora, a lo lejos, se ven como yermos con torres como grandes orinales.
Cuando volví a mi Buenaventura, hace unos años, e ingresé en la Catedral de San Buenaventura, otro día símbolo de la mejor arquitectura de fines del Siglo XIX, me dieron ganas de llorar. No sabemos también a qué cura y a qué clase de arquitecto, se le ocurrió la moderna y brillante idea de ‘repellar’ sus paredes con cemento basto. Así que este, que fuera no solo centro de la cristiandad en el Pacífico, sino de la erudición -fue lugar de reunión de notables gramáticos como José Ramón Bejarano (Pbro.) y Evangelista Quintana, quedó convertido en un galpón con altar.
Los símbolos, por su contenido histórico y lo que traducen en su intención semántica, mítica y metafórica, son eso, símbolos, y no están para ser cuestionados por senadores de turno. Si así fuera, los franceses tendría que abolir mañana ‘La Marsellesa’, por ser un himno ‘caduco y sangriento’, y Estados Unidos tendría que reformar su escudo, porque las águilas calvas ya van quedando solo en las fotos de National Geographic.
Himno y escudo, son como la letra de los boleros. Absurdos, pero bellos en la inocencia primaria con la que fueron concebidos. Prefiero un millón de veces dos veleros con alas desplegadas, románticos e históricos en el istmo, aunque ya Panamá no sea nuestra; Panamá nunca impugnó nuestro escudo. La gente inteligente del gobierno colombiano debe oponerse con firmeza a esta nueva torpeza que está a punto de perpetrarse.
Los franceses nunca le pidieron a los rusos retirar la notas de La Marsellesa que resuenan en medio de cañonazos y tañer de campanas en la Obertura 1812 de Tchaikovski. Fueron el parte de la victoria rusa sobre la invasión napoleónica.
Si de ‘realismo’ hablamos, en Colombia nunca ha existido completa libertad ni orden. Todavía hay pueblos donde al campesino se le explota bajo formas feudales, y en algunas regiones quedan rezagos de esclavitud. En cuanto a ‘orden’, ¿alguien ha visto un país más ‘despelotado’ que el nuestro?
El gorro frigio, aporte francés al escudo, fue una prenda que usaron los girondinos y fue, originalmente, más que símbolo de libertad, una señal sobre la cabeza para los que habían cumplido galeras, venían de las mazmorras de Europa y luego iban por los caminos ‘luciendo’ su libertad. Es, pues, un sombrero de antiguos esclavos y exconvictos.
Los cuernos de la abundancia o cornucopias propiamente dichas, sí existen. Se ofrecen hasta por las calles, al ojo del que quiera verlos; piña tajada, papaya, mangos, limón Tahití, limón Pajarito, uchuva, naranjas, plátanos del Quindío, sandías, badeas. Pa’ qué, pero frutas sí tenemos; sin monedas de oro, porque no somos ricos, pero fruta hay. La que quiera.
La realidad también nos haría retirar al cóndor, pues con toda la violencia y la sangre que ha irrigado la tierra colombiana, nos mereceríamos quizá un chulo o gallinazo propiamente dicho.
Así que, habidas estas puntuales consideraciones, dejemos quieto al escudo.
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