Columnistas
Obsesión
Si Colombia fuese un gran productor y consumidor de petróleo y gas natural, incluso carbón, y un emisor relevante de gases de efecto invernadero, GEI, otro sería el cantar.
A la decisión del Gobierno nacional de no firmar nuevos contratos de exploración de petróleo y gas, abortar los pilotos de fracking, aspirar a prohibir esta técnica por ley, diezmar el talento técnico de Ecopetrol y politizar su Junta, se suman el bloqueo a una importante inversión para la empresa, la suspensión del trámite de la licencia ambiental de un proyecto de enorme potencial costa afuera, y el anuncio de más impuestos a la industria.
El uso de combustibles fósiles genera emisiones de dióxido de carbono que contribuyen al calentamiento del planeta, en particular desde 1980. No es el único factor, pero explica el objetivo de ir migrando a otras fuentes de energía. Pero tomará tiempo, pues la demanda global de petróleo, gas y carbón crece, independiente de si Colombia los produce y no hacerlo no se traduce en no necesitarlos, sino que, en lugar de fabricarlos en casa, se importan como ocurre con el gas.
Si Colombia fuese un gran productor y consumidor de petróleo y gas natural, incluso carbón, y un emisor relevante de gases de efecto invernadero, GEI, otro sería el cantar. No es así. Nuestro crudo abastece el mercado interno y deja un excedente módico para exportar; en gas quedamos condenados un tiempo a importarlo a mayor precio; y las emisiones globales de GEI del país son insignificantes y el grueso se origina en otros sectores.
Si a lo anterior se agrega que el gas natural es un energético de alcance masivo, confiable y de bajo costo, y que contrario a lo que se dice, no es ‘de transición’ (de los combustibles fósiles será el de mayor longevidad y está llamado a competir con otras fuentes verdes) no es razonable marchitar su consumo (causa absurda a la que contribuirá la subida del precio) ni desincentivar la producción nacional teniendo gas descubierto por desarrollar y por explorar.
En petróleo, la producción se ha estabilizado, pero si no se permite nueva exploración, más temprano que tarde va a caer. Además, cada día importamos más gasolina, pues las refinerías se quedaron cortas para atender la demanda creciente de combustibles, y de seguir como vamos en unos años no solo no habrá petróleo producido en Colombia sino que los oleoductos y las mega refinerías de Ecopetrol quedarán convertidos en chatarra.
Lo que nos lleva a otro asunto crítico: la estabilidad macroeconómica y fiscal. El Estado depende del sector energético; no es lo ideal, pero es la realidad. Diversificar las exportaciones y fuentes fiscales tiene sentido y es un imperativo, pero no es automático y por lo pronto no hay cómo sustituir los ingresos de impuestos, regalías y dividendos de este sector. Además, no se necesita reemplazarlos, y menos por más impuestos a los colombianos.
Es irracional la política energética del Gobierno. Todo, por una obsesión. Ni la ciencia, ni la técnica, ni la lógica sustentan la parálisis del sector. Menos la lucha contra el cambio climático. Lo más increíble, el sumun de la estupidez, es que vamos a abastecernos de gas de fracking de Estados Unidos a un mayor costo que el nacional, pero se impide a Ecopetrol continuar invirtiendo en esa técnica en el exterior y aplicarla en Colombia.
Esperar del Gobierno Nacional sensatez es una pérdida de tiempo. No hay opción a implorarle a un puñado de Congresistas pensantes que defiendan los intereses del país, a las Cortes, cuidar con lupa la legalidad de las acciones en contra del sector, a los medios no desistir en denunciar la gravedad de lo que ocurre. Y a los colombianos, ser conscientes del daño causado y la necesidad de corregir el rumbo; y del impacto en el bolsillo, pues tendremos gas y electricidad, pero más costosa. Bienvenidos a la ‘transición justa’ de Gustavo Petro.
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