Economía del placer
Por qué un país con tal grado de riqueza y diversidad cultural como es Colombia no ha sido capaz de hacer una apuesta estratégica en este sentido.
El 14 de junio del año pasado una noticia inesperada del mundo de la música puso a temblar a miles de inversionistas en la bolsa de valores de Corea del Sur.
Ese día los siete muchachos que integran BTS —la banda musical más famosa y representativa del fenómeno llamado K-Pop— dieron el primer indicio de que se separarían.
Y en solo unas pocas horas, por cuenta de ese simple anuncio, el precio de la acción de Hybe, la disquera que los representa, se desplomó un 28%. La empresa sufrió una pérdida de 1.700 millones de dólares en su valor de mercado.
En octubre BTS finalmente se separó, al menos de forma temporal. Sus integrantes anunciaron que debían irse a prestar el servicio militar obligatorio coreano.
Y aunque siguen facturando, el negocio de Hybe se ha tornado más difícil. No todos los días una empresa se ve obligada a sacar del mercado una marca mundialmente famosa, capaz de generar 500 millones de dólares por concierto.
Desde su creación, en el año 2013, BTS ha facturado más de cinco mil millones de dólares anuales en conciertos, publicidad, ventas de discos y marketing de influencia. Y se estima que el K-Pop, en general, le inyecta a la economía coreana unos 12.000 millones de dólares al año.
Pero la música es solo una pieza de un rompecabezas más complejo. Corea también se ha convertido en un referente del cine –en el 2020 ‘Parásitos’ se alzó con el Óscar a Mejor Película– y sus producciones audiovisuales inundan hoy todas las plataformas de streaming.
Todo ello surgió como resultado de la crisis asiática del 97. Para recuperar su economía, el gobierno de Seul decidió ir más allá de su fortaleza industrial y apostó por diversificar el sector de servicios. En ese contexto, todas las actividades de la llamada ‘economía creativa’ recibieron un fuerte impulso estatal.
Las lecciones de Corea han sido bien y mal copiadas en el mundo. Colombia entró en el segundo grupo, por cuenta de la pésima gestión que el gobierno de Iván Duque le dio a la idea de la ‘economía naranja’.
Pero una cosa es la política y otra la realidad. Y hace apenas 48 horas el Dane reveló la foto de una realidad innegable: el sector que más aportó al crecimiento del Producto Interno Bruto en el 2022 fue el de ‘Actividades artísticas, de entretenimiento y recreación’, que tuvo un impresionante repunte de 38,7%.
Es decir, más que la industria, el comercio, la banca, el agro o la construcción, lo que realmente movió nuestra economía el año pasado fue un enorme universo de cosas que filosóficamente están asociadas a la búsqueda del placer: el arte, la cultura, la rumba, los conciertos, la gastronomía, los juegos de azar.
La cifra obliga a preguntarse por qué un país con tal grado de riqueza y diversidad cultural como es Colombia no ha sido capaz de hacer una apuesta estratégica en este sentido. Y por qué tampoco lo ha logrado Cali, una ciudad que además de tener la vocación natural para hacerlo, cuenta con talento que brota silvestre por todas partes.
Activar esa ‘economía del placer’ implica entender y articular de forma armoniosa muchas cosas muy diversas: política fiscal, espacios de circulación, formación de talento humano, búsqueda mercados, estímulo al emprendimiento, marketing de ciudad, tecnología, investigación, analítica de datos, etc.
Pero nuestra miope e incompetente clase política, como lo hemos visto en Cali en los últimos años, no ha pasado de utilizar a los artistas para buscar votos, para hacer negocios de dudosa reputación y para casi obligarlos a mendigar recursos.
Ojalá haya un candidato a la Alcaldía que entienda la enorme oportunidad que Cali tiene en la ‘economía del placer’. Y ojalá sepamos elegir.
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