Acoso sexual
La voz se entrecorta mientras intenta narrar esa historia suya de niña, cuando el acoso estuvo a pasos de convertirse en abuso.
La voz se entrecorta mientras intenta narrar esa historia suya de niña, cuando el acoso estuvo a pasos de convertirse en abuso. El fantasma está ahí, en su mente, nunca se ha ido, nunca se irá, porque hay daños que son irreversibles y cicatrices en la memoria, en la piel. Sigue el relato, se derrumba, llora. Explica que nunca lo ha contado, que prefiere el silencio, ni siquiera sus padres saben que el verdugo aquel, tan cercano a su casa, a su familia, intentó abusar de su pequeña.
Alguien tocó una puerta que la puso a salvo; pero cada vez que aparece alguna historia similar a la suya el fantasma retorna, la estremece y entra en shock hasta poco a poco volver en sí, para afirmarse en su discurso de rechazo total a cualquier expresión de violencia sobre el cuerpo de una mujer.
Quizás la escena narrada les resulte familiar porque está aquí, allá, en todas las edades, colores de piel, credos religiosos, estratos, países, en lo rural y en lo urbano, en lo escolar y lo universitario, en lo doméstico y lo público… la maldita escena ha estado enquistada en la vida misma, por los siglos de los siglos, como una condena heredada, naturalizada, silenciada.
Quisiera darles la razón a quienes dicen que son casos aislados pero no es así. En el mundo, 1 de cada 3 mujeres sufre violencia de género en algún momento de su vida, según la Organización de Naciones Unidas. Que no le haya pasado a usted no quiere decir que no exista. Que su indolencia no sea la odiosa sentencia que señala a otras por no haberlo dicho antes. Que su vehemencia aparezca, mejor, vestida de compasión, de escucha y solidaridad.
No se trata de estigmatizar al género masculino por los errores de algunos. Sé que muchos saben que el acoso existe y persiste y lo repudian. No quisiera tampoco particularizar el asunto en torno a casos sobre los que aún la Justicia no ha emitido un concepto y quizás nunca lo emita. Y menos aún entrar en el tentador juego de las condenas rabiosas de la ‘social media’, sin auscultar la dimensión real de un fenómeno tan difícil de cuantificar, como de erradicar en una sociedad donde lo que no podemos combatir lo rotulamos con la etiqueta de ‘normalizado’ y perdemos el asombro.
Quisiera, en cambio, que hubiese más conciencia sobre el acoso sexual como un asunto público, antecedido por un #MeToo poderoso y traducido en decenas de lenguas que lo aterrizan a su realidad para decir ‘stop’ ‘basta’, ‘estuvo bueno ya’. Y que como tantas otras conductas que antes eran trivializadas y hasta aplaudidas se genere una reflexión, un alto en el camino, un proceso de evolución y un movimiento transformador para que en algún momento cercano de la historia no haya más víctimas del repugnante acoso sexual.
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