La presión social
Van por ahí, como dice la canción, “aparentando lo que no son, viviendo en un mundo de pura ilusión (aunque algunos sí lo son y les encanta presumirlo)”.
Van por ahí, como dice la canción, “aparentando lo que no son, viviendo en un mundo de pura ilusión (aunque algunos sí lo son y les encanta presumirlo)”. Y lo que es peor, como lo dice también Rubén Blades, “diciendo a su hijo de cinco años, no juegues con niños de color extraño”.
Ese, explicado en lenguaje musical, es uno de los males más terribles que sufre la sociedad; y que para colmo, se transmite de generación en generación, no precisamente por genética, sino por estupidez.
La presión social, un término del que alguna vez hemos escuchado hablar, pero que somos incapaces de aceptar. Puede que ahora le suene muy ‘grinch’, justo cuando andamos con tanto entusiasmo comprando regalos, pero es en esta temporada en que dicha enfermedad registra un pico epidemiológico más alto de contagio. Entonces, pesa más que su niño tenga con qué ‘chicanear’. No vaya a ser que se le quede atrás al hijo de Velásquez, o a la niñita de la vecina con la que en silencio compite para ver quién viaja más lejos, quién se gasta más en actividades extra escolares o quién se compra más rápido los adidas de moda.
¿Se ha puesto a pensar en el daño tan grande que le está causando a esa personita que tiene la enorme responsabilidad de formar para un mundo tan lleno de inequidades?, ¿le ha hablado alguna vez del valor de las pequeñas cosas y de que el último juego de play o la más sofisticada muñeca no son más que eso: un juguete caro? O más bien se justifica con un “es que a sutanita le van a traer los regalos de Miami y no quiero que mi niña sufra y se ponga triste”.
Craso error. Así va tomando forma el pequeño monstrico que de niño reparte insultos discriminatorios a sus compañeros, haciéndose el chistoso y que se convertirá en el insensible del futuro, que vive en su jaula de oro y cuya consigna será “es más importante tener que ser”.
No hay nada más difícil que criar bien a un hijo. Hoy recuerdo al pediatra que nos decía, cuando mi hijo era un bebé: “Ustedes tienen un carro cero kilómetros en sus manos, del mantenimiento que le den depende lo que ocurra con él”.
Cuánta razón. Y cuánta sabiduría hay que pedirle a la vida para entender que los valores, esos intangibles de los que nos ufanamos poseer, deben ser siempre lo más importante, lo innegociable.
Siento si con esta columna le agué por unos minutos el espíritu navideño, pero qué bien nos cae recordar que celebramos el nacimiento del Niño Dios y no el tamaño del regalo que vamos a dar.
Quizás si fuésemos más conscientes de lo mucho que podemos compartir viviríamos en una Cali menos desigual -con menos problemas sociales, con menos niños en el semáforo, con menos jóvenes sin esperanza- en lugar de esa ciudad de Plástico, tan distante de la Ciudad de Dios, que insistimos en fabricar.
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