Columnistas
¿Por qué tengo miedo a decir quién soy?
Entendí el por qué muchas conversaciones se atascan en los clichés más comunes.
La clave fue el libro de John Powell. Hace muchos años lo leí. Una, dos, cinco veces, subrayando, trabajándolo con terapistas. Fue fundamental en mi recuperación cuando estaba atrapada en un túnel negro que no tenía salida hacia ninguna luz. Un primer paso hacia el viaje interior, el de la introspección. Viaje sin anestesia, mirarse honestamente, dispuesta a aceptar y a entender, para poder salir de la espiral descendente de la autodestrucción.
Entendí el por qué muchas conversaciones se atascan en los clichés más comunes. Hablar del clima, de jardinería, de lo sabrosa que está la comida, de la moda, de la última película, temas en que nos movemos con confianza porque no nos comprometemos. Diálogos de salón.
Entendí que ya es un poco arriesgado dar una opinión, soltar algún adjetivo calificativo, un comentario diferente, contradecir, elogiar un pintor, criticar un escritor, no compartir una afición. Ya nos estamos comprometiendo un poco. Alerta amarilla.
Entendí que si el tema es político o religioso, se puede desencadenar una explosión como arrimar un fósforo a un bidón de gasolina. Nos jugamos el pellejo. Alerta naranja.
Entendí por qué tantas relaciones, fracasan y se vuelven añicos como cristales rotos. Porque si nos enamoramos, jamás contradecimos a ese ‘objeto sagrado’, del cual estamos perdidamente deslumbrados y no concebimos la vida sin él o ella.
En el ‘noviazgo’ se manejan toda serie de mentiras blancas. Si a ‘él’ le gusta la ópera, a ‘ella’ también le fascina (aunque la odie). A ‘él’, le encantan el campo y los árboles. ‘Ella’ le afirma que es bucólica y adora el silencio y todo lo rural (odia los animales), siente terror de una gallina, es completamente urbana, de cemento y tacón.
A ‘él’ le fascina el fútbol. ‘Ella’ contesta que su ídolo es Maradona y que se sueña con él (no soporta ese deporte, lo abomina y le parece de salvajes).
Se casan. Después de un tiempo se va la miel y queda la luna, y resulta que la convivencia ‘para toda la vida’ es con una persona extraña que no conocemos, que no comparte aficiones y no hay nada en común, el deseo inicial se esfuma y tralalá tralalá, mal final.
¿Qué hay detrás de todo esto? El pavor de que nos rechacen si decimos quién somos. El miedo al rechazo que es paralizante. Pongo el ejemplo de enamorados, pero sucede en entrevistas de trabajo, en círculos sociales, en el diario vivir.
Powell enseña a perder ese miedo irracional y enseña cómo aprender a decir no sin sentirnos culpables, a decir la verdad de lo que sentimos, lo que creemos, es la única forma de encontrar la verdadera libertad interior. Entender que no es por el camino de la ‘aceptación’ ni la sumisión, ni la educación, ni los buenos modales y el agradar a todos que vamos a encontrarnos.
En mi caso, años de años de comer callada, evitar discusiones, pavor de decir qué sentía y menos de contradecir. Tragar, tragar, tragar, hasta que los intestinos del alma se rebelan y se forma la hecatombe emocional.
Aprendí a ser libre diciendo lo que pienso y siento. Si le molesta ‘al otro’, es problema del otro, solo un diálogo honesto puede generar una relación duradera, de verdad, con la pareja, los hijos, los amigos.
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PD. Aprovecho estos recuerdos para decir que estoy mamada de Trump, de Petro, de Musk, del Eln, de San Uribe, de los feminicidios, de la violencia, de los noticieros, de los resentidos, de los hipócritas, de los antitaurinos, de los áulicos, de los mentirosos, de los que critican todo y no hacen nada, de los que se hacen los estrechos y les cabe un piano, de las manipulaciones y mentiras, de muchos médicos para ganar más plata, de los mesiánicos, de los que tratan de tapar los horrores de La Escombrera, de los uñi embolsados.
Sé que no cambiará nada, ¡pero por lo menos lo escribo y me siento mejor!
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