Columnistas
Preguntas de riesgo de vida y muerte
Cómo es de cercana la muerte. Cuánto desconcierto nos causa percibir la proximidad entre las expectativas en el corto plazo y los desenlaces inesperados. Dos hechos de esta semana me impactaron por la extraña ambivalencia entre un buen plan, familiar y sencillo y otro, exótico y desbordante, ambos desembocando en la muerte. Preguntas que nos quedan, unas en Bogotá y otras, en las inmediaciones del Titanic:
El Informe de la Fiscalía sobre la muerte del coronel Óscar Dávila: ¿Quién puede pensar que terminará en suicidio a las 6:18 de la tarde, un padre de familia que recogió a las 5:40 p.m. una carne que estaba asando lentamente para compartir con los suyos? Tan es así que a las 5:53 p.m. salió del apartamento donde estaban preparando el asado y a las 6:10 p.m. llamó a su esposa para decirle que en 10 o 15 minutos estaría con ella. ¿Por qué pasó frente a su casa y siguió derecho para quitarse la vida minutos después?
No me adentraré en las elucubraciones de un posible homicidio o si fue un suicidio, como dijo la Fiscalía y a la cual le creo por la rigurosidad del informe. Trato es de sumergirme en el cerebro humano e imaginar cuánto pasa por la mente de alguien que en su desespero se quita la vida. Por eso me desconcierta el momento, la ilusión de compartir una mesa familiar programada. Es posible que haya un eslabón en la cadena cronológica que no sepamos o no se quiera informar: un mensaje o una llamada que descompuso el recorrido hacia la velada familiar. Si estaba pensando en quitarse la vida, ¿cómo apareció un catalizador momentáneo que lo impulsó a cambiar su destino de manera inmediata?
El viaje a 4.000 mts. de profundidad para conocer el Titánic: Los turistas que viajaban en el Titán tenían en común su pasión por la aventura y unas fortunas inmensas que les permitían pagar US$250.000 por persona. El millonario paquistaní Shahzaada Daewood invitó a su hijo de 19 años; este no quería ir, pero era la celebración del día del padre que este deseaba. El otro empresario británico era el fundador y CEO de una compañía aérea. El cuarto, un aventurero francés, experto en el Titánic. Era un viaje incómodo; sin lujos ni menús de restaurantes Michelin. Sentados en el piso por 10 horas, sin zapatos y con una pequeña letrina tras una cortinilla negra. El mando del pequeño submarino de 6,7 Mts. de largo era muy similar al de los play station. El ojo de buey, la ventanilla para mirar al exterior, resistiría la presión de 1.300 Mts. de profundidad, pero no de 4.000 Mts.
¿Qué podría empujar a estos magnates aventureros a correr semejante aventura? Quién paga US$250.000 por el viaje podría haber pagado US$25.000 por un concepto técnico previo sobre las características y seguridad de la nave. La respuesta puede estar en el perfil de uno de ellos: “Batir récords en el mundo “.
Escribieron detalles de su emprendimiento estando en la fría costa canadiense preparándose para partir. Hoy hay una obsesión generalizada por ser el héroe global en cada campo pues las redes impulsan esos reconocimientos y se vuelve raro querer hacer parte de los ciudadanos corrientes, de aquellos que disfrutan con sus amigos, con el amor, con viajes a disfrutar en familia o en pareja. Caminar sobre la tierra está pasando de moda. La gente quiere volar, hacerse notar, distinguirse de la masa amorfa de ciudadanos. Se ponen tareas cada vez más lanzadas, riesgosas, costosas e irresponsables, para hacerse notar y ser inspirador de la envidia colectiva.
Ojalá vuelva el momento en el que compartir unas cervezas y un asado con la gente que se ama, sea de nuevo un gran plan. Por eso me sorprende que alguien lo interrumpa privándose de un futuro, hoy incierto, pero por ello con posibilidades de ser bueno.
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