Putin, el asesino polar

Un agente del Kremlin penetró en el hotel Xander de Tomsk, Rusia, el 19 de agosto de 2020, con un terno gris y maleta de cuero genuino. Solo su corte de pelo decía que se trataba de un militar de alta inteligencia enviado desde Moscú. Después de una breve identificación se convirtió en fregador de pisos y componedor de camas, el mismo que iba por las habitaciones con llave maestra, dejando un chocolate debajo de cada almohada.

Valido de una máscara, aplicó un agente nervioso en los calzoncillos de Alekséi Navalny, el principal opositor del gobierno ruso, declarado por la Policía “enemigo número uno de Putin”. Alekséi lo vio salir con barbijo, el mismo que él llevaba en esos tiempos de pandemia, y nada le permitió pensar que en poco tiempo iba a sentirse envenenado.

Alistó una maleta breve, pues al día siguiente debía volar a Moscú; cuando el avión cruzaba por encima de la ciudad de Omsk, Navalny sintió que un fuego interior se apoderaba de él y pidió auxilio a las azafatas que rápidamente se comunicaron con el piloto para un aterrizaje de emergencia. En coma inducido fue evacuado al hospital Charité de Berlín, Alemania. Ahí permaneció hasta el 7 de septiembre, cuando empezó a responder favorablemente a estímulos verbales. El hospital alemán le dio de alta el 23 de ese mes cuando empezó su rehabilitación, la misma que estuvo centrada en su locomoción porque, como un niño, parecía que apenas aprendía a caminar.

Los galenos dictaminaron que el veneno que fue aplicado a la ropa de Navalny fue el Novichok, altamente mortal, un agente nervioso prohibido por la Convención Internacional sobre Armas Químicas, y desarrollado en Rusia entre 1970 y 1980; es cinco u ocho veces más letal que el llamado ‘VX’. Causa contracción involuntaria de los músculos, paro respiratorio y finalmente la muerte.

Es claro que Putin quiso matarlo y no pudo; Navalny regresó a la escena de la política rusa con su risa burlona y sus manos haciendo la forma de un corazón, cada vez que los agentes rusos lo cercaban para detenerlo, como efectivamente ocurrió cuando regresó después de afirmar que no lo apresarían, “porque no he cometido ningún delito”.

Un rasgo particular de este abogado ruso, hoy inmolado, fue su ausencia de miedo. Nunca tuvo temor a la policía rusa y sus mastines. Pensaba que su patria debía vivir en libertad, en democracia, y por ello luchó hasta el último día.

Así, a finales de 2023 fue confinado en el penal ‘Lobo Polar’, más arriba del Círculo Polar Ártico, en la región de Yamalo-Nénets. Ahí, la temperatura media en invierno es de -20 grados centígrados, y los presos son sometidos al castigo de permanecer a la intemperie mientras los gendarmes echan agua fría “a los que no se quedan quietos…”. Este lugar es, pues, más duro y más triste que el Gulag siberiano donde fue confinado a trabajos forzados el escritor Alexander Solszhenitsyn. Él decía: “¿Cómo se llega a ese misterioso archipiélago? Horas tras horas, vuelan aviones, navegan barcos y retumban trenes en esa dirección, pero no llevan un solo letrero que indique el lugar de destino; no saben nada, ni han oído nada del archipiélago en su conjunto, ni de su ubicación…”. Son las islas del archipiélago Solovetsky, en mitad del mar blanco, donde fueron a morir millones de soviéticos considerados ‘dignos de reeducación’, solo por oponerse a Stalin. Los enviaba a morir en el ‘invierno eterno’. Navalny solo tenían una pequeña ventana, alta en su celda, desde la que podía ver un cielo de polvo blanco, día y noche, esa misma niebla que iba ganando lentamente su mente y su corazón.

El cadáver de Navalny, a quien se le declaró ‘muerte súbita’ el pasado 16 de febrero, tiene múltiples hematomas, fracturas, como si hubiera sido apaleado hasta morir. Finalmente, fue devuelto a su madre Liudmila Navalnaya, quien prometió enterrarlo mañana viernes en