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Mario Fernando Prado

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Qué pena con el ugandés

¿Será que pasamos de Cotelco a Motelco?

1 de noviembre de 2024 Por: Mario Fernando Prado

Así como en Uganda no tienen ni idea de Colombia, nosotros tampoco tenemos idea de ella. Yo por ejemplo, no sé dónde diablos queda ni, como dicen los muchachos, “como se come eso”.

Sin embargo, estimo que se merece todo nuestro respeto y los parabienes para sus habitantes, uno de los cuales estuvo o está en Cali con motivo de la COP16 que hoy termina y cuyas deliberaciones y conclusiones marcarán un nuevo rumbo en la protección medioambiental de este atribulado mundo y que de paso le cambió el ‘caminao’ a los caleños.

Pues bien, este ugandés llegó a nuestra ciudad en día pasado, cargado -creo yo- de naturales expectativas en torno a una ciudad de la cual sabia poco o nada. Ignoro además si se trataba de un funcionario del gobierno de su país o un turista deseoso de una aventura en nuestro exuberante trópico.

El hecho es que le confió a alguna agencia de viajes o al personal de la conferencia encargada de orientar a los 18 mil visitantes de nuestra bella Cali, -vestida de novia por estos días-, la reserva respectiva.

Quienes hicieron dicha reservación de Don Robert Baluku, lo enchusparon en el Motel Los Sueños y allí fue a parar de manera por demás cándida. Desconozco cómo se registró y cuánto le cobraron porque en esos sitios -me dicen- las tarifas son por horas y en casos de una larga estadía o le hacen un descuento el macho o las tarifas se vuelven como en el Ritz.

El hecho es que Baluku llegó a su suite y encontró entre otras cosas, una cama redonda con una cabecera aterciopelada roja carmesí, unas sábanas de satín rojo pecado y encima del tálamo nupcial, un espejo gigantesco.

Baluku comenzó a ‘ponerse mosca’ y más aún cuando observó en la pared una diabólica máquina con instrucciones para unos extraños y extenuantes ejercicios. Ah y de paso, no encontró por ninguna parte un closet o un armario para poner su ropa, así que la colgó de lo que encontró.

Como estaba cansado por el viaje y seguramente por el ‘jet lag’ se acostó en ese lecho y quiso apagar las luces de neón del recinto y comenzó a presionar uno de los tantos botones que estaban sobre el nochero o mesita de noche estilo Luis XV.

Empero lo que hundió fue el botón que encendió una gigantesca pantalla de 100 pulgadas de última generación. Y, oh sorpresa: contrario a lo que pensó, no estaban transmitiendo un especial de American Planet con temas sobre la biodiversidad, el cuidado de nuestros ríos o el calentamiento global, sino una pareja en el más brutal apareamiento -¿así se dice?- emitiendo unos gemidos guturales en que parecía que se estaban yendo de este mundo y todo lo contrario, estaban terminando hasta con el nido de la perra.

Desesperado, hundió otro botón y casi se muere: Se encendieron unas luces también rojas que empezaron, embaladas, a dar vueltas y revueltas por las paredes, el techo y el piso de la suite. Hundió entonces otro botón y sonó una estentórea y estridente música reguetonera que lo enloqueció.

No sé qué pasó después. Si se fue o se quedó. El hecho es que el africano de marras, de color serio -8 de la noche-, padeció una vergonzosa situación que francamente nos apena y le queremos ofrecer disculpas por este alucinante episodio.

¿Será que pasamos de Cotelco a Motelco?

***

PD. Ha dado excelentes resultados hablar bien de Cali.

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