La multiplicación de los ‘panas’
Una inmigración tan súbita produce dolores, por supuesto. La mayoría llega en condiciones muy precarias y satura los servicios públicos de salud y educación, entre otros.
Nadie hubiera imaginado a mediados de 2021, cuando los dolores del paro se sumaban a la devastación económica de la pandemia, que la economía nacional terminaría el año con unas perspectivas decididamente positivas. El informe de perspectivas que publicó la Ocde hace dos semanas dice que la economía colombiana crecerá 9,5% este año, lo cual es muy superior al 5,5% que crecerá la economía mundial y se destaca como el cuarto crecimiento más alto entre los 45 países incluidos en el informe. Con este rebote el país recuperó en 2021 el nivel de actividad económica que registraba antes de la pandemia. Y si bien el empleo no se ha recuperado del todo, es probable que en pocos meses lo haga, pues las proyecciones a futuro también son buenas. La Ocde predice un crecimiento económico de 5,5% en 2022 en Colombia (el tercero más alto).
Muchas cosas contribuyen a esta sorpresiva dinámica. El haber logrado las metas de vacunación y controlado el covid en los últimos meses es clave, por supuesto. Han ayudado ciertas movidas de política económica, y de suerte, como los altos precios de los productos de exportación. Pero también hay una mano silenciosa, poco reconocida, que empuja la economía nacional: la de los venezolanos.
El tamaño de la avalancha explica la magnitud del aporte. Entre 2013 y 2019 llegaron al país más de un millón y medio venezolanos, de acuerdo al Observatorio del proyecto Migración Venezuela. Sólo en 2019 llegó casi la mitad de ellos. Al iniciar la pandemia el número de inmigrantes del vecino país se acercaba a los 1,8 millones, lo cual equivale a casi 4% de la población de colombianos. Están en todas las regiones.
Es una inyección de gente muy grande para un país. Gente que, excepto por los menores de edad, está en edad de trabajar. Menos del 2% de los venezolanos en Colombia tiene más de 60 años. Su nivel de educación, medido por la proporción de ellos que tiene al menos bachillerato, supera el de los colombianos. Y quieren trabajar. Al inicio de la pandemia el 70% de aquellos que estaban en edad de hacerlo participaban en el mercado laboral, comparado con el 60% de los colombianos.
Una inmigración tan súbita produce dolores, por supuesto. La mayoría llega en condiciones muy precarias y satura los servicios públicos de salud y educación, entre otros. Pero estos se alivian a medida que los inmigrantes se suman a la actividad productiva. Con el tiempo lo logran.
La tasa de desempleo de los venezolanos que llevan menos de un año en el país es 20%. Para los que llevan más tiempo es 15%. Y no se están empleando a costa del trabajo de los colombianos sino que, gracias a los circuitos de la economía, crean puestos nuevos. Los venezolanos también hacen mercado. Si antiguamente las empresas colombianas exportaban sus productos a Venezuela, ahora muchos de esos consumidores vinieron al país a comprarlos. Y lo que en últimas hace crecer la economía de un país es la capacidad productiva. Alguien podría pensar que la ‘torta’ de la renta nacional se tiene que dividir entre más personas por la llegada de los vecinos. Pero no es así. Tenemos más personas haciendo una torta más grande.
De manera que hay una historia humana detrás de las perspectivas halagüeñas de la economía nacional. Y el resultado no es accidental ni gratuito. Al presidente Duque le cabe el mérito de haber esquivado la tentación facilista del discurso xenofóbico, y haber hecho de la acogida de los venezolanos un propósito y una oportunidad.