Columnistas
Refritos
El Gobierno, por su parte, continúa aferrado a mostrarse desvalido de poder (¿?) pero arropado por el amor y clamor popular.
Cada 20 de julio es como un 1 de enero para la política nacional. Claro, también es como el estreno de una nueva temporada de una interminable serie de suspenso/comedia/tragedia/drama. La entrada en vigor de un nuevo periodo legislativo promete tanta turbulencia como los anteriores. Con el presidente Gustavo Petro al frente, capoteando señalamientos y crisis casi a diario, uno no puede evitar sentir que está viendo un capítulo de la telenovela nacional más larga y llena de giros inesperados.
El Presidente, quien, con su estilo único, ha sido tanto amado como odiado en igual medida llegará al Congreso y tendrá de nuevo que sacar ese inmenso poder histriónico y encanto discursivo para mirar a los ojos a los honorables senadores y honorables representantes y decirles que es culpa de ellos y de aquellos funcionarios malintencionados y descarriados la paquidérmica ejecución y progreso en el cambio. Y esa mirada será regresada por unos legisladores, que en teoría deberían trabajar en pro del bienestar del país, pero que seguramente están más interesados en ver quién puede lanzar el dardo más venenoso o quién se lanza primero a recibir ese dardo en el pecho antes que llegue a su líder.
Se le atribuye a Albert Einstein haber dicho alguna vez que “la política es más difícil que la física”. No puedo asegurarlo que lo ha dicho, pero de lo que sí estoy seguro es que era cierto, pero que en casos como el de nuestro país, hasta se había quedado corto.
Los críticos de Petro se han vuelto casi tan previsibles como los comerciales de telenovelas. Acusaciones de corrupción, ineficiencia, inoperancia y cualquier otro término despectivo que se les ocurra lanzar. Sin embargo, es difícil olvidar que, en muchos casos, estas críticas provienen de individuos que, si nos guiamos por sus antecedentes, podrían protagonizar sus propios escándalos. Uno podría pensar que están participando en una competencia nacional para ver quién puede escupir más alto mientras están en el sótano.
El gobierno, por su parte, continúa aferrado a mostrarse desvalido de poder (¿?) pero arropado por el amor y clamor popular. Delirantes ambos lados, creyendo que son más importantes que el fútbol, pero soberbios para no mirar lo peligroso que es continuar queriendo solo dividir para ganar puntos de favorabilidad.
La agenda para este periodo legislativo es nuevamente ambiciosa: reformas en salud, educación y justicia, entre otras. Todas nuevamente con sus correspondientes capítulos de distracción con carrotanques y chuzadas y noticias falsas. Y esta vez se tendrá la prueba de fuego para poder viabilizar una constituyente con bases cada vez menos sólidas. Pero es todo lo mismo: es el pasado en presente. Por eso nuestros estrenos son Betty La Fea y Pedro el escamoso, porque no hay espacio para arriesgarnos a algo nuevo y que también nos una.
Y ante este panorama, seguiremos delegando en los futbolistas y cantantes la esperanza de tener temas que nos lleven a debatir. Nuestro poder popular nuevamente está siendo aplazado para la siguiente elección. En dos años volveremos a tener la responsabilidad de vivir la ilusión y la esperanza, la alegría de vivir historias nuevas y en contextos realmente prometedores. En este periodo ya no fue: nadie se quiso poner de acuerdo, no se quiso hacer mucho y todos se vistieron de ñoño (sí, el del chavo) señalando a los otros y diciendo: míralo eh, míralo eh, míralo eh.
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