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¡Renuncie!

Colombia ha legitimado un régimen espurio; ha avalado el fraude, la criminalización de la oposición, la violación de los derechos humanos y la destrucción de la democracia.

12 de enero de 2025 Por: Francisco José Lloreda Mera
Francisco José Lloreda Mera
Francisco José Lloreda Mera. Columnista | Foto: El País

Luis Gilberto Murillo debe renunciar. No para aspirar a la Presidencia, si en serio aún lo contempla, sino por dignidad; para recuperar algo de cara tras el epílogo de la posición de Colombia ante el fraudulento acto de posesión de Maduro. Porque, independiente de sus intenciones, el Gobierno para el que trabaja y que representa -empezando por el Embajador a quien él nombra- hizo todo lo contrario a lo que el Canciller había anunciado.

Dijo Murillo: “Es importante despejar cualquier duda sobre los resultados”, “hago un llamado para que a la mayor brevedad se proceda con el conteo total de los votos, su verificación y auditoría de carácter independiente”, “los resultados electorales de tan importante jornada deben contar con toda la credibilidad y legitimidad posibles para bien de la región y sobre todo del pueblo venezolano”, (julio 29 de 2024, El Heraldo).

Agregó el Canciller: “Colombia no reconocerá resultados de elecciones en Venezuela si no se presentan las respectivas actas”, “hay serias dudas de legitimidad y legalidad que se tienen que disipar” (octubre 1, 2024, Red+) y “las elecciones tuvieron un elemento gris, porque no fueron completamente libres por las sanciones y la actitud del gobierno venezolano que acorraló a figuras de la oposición” (noviembre 23, 2024, La W Radio).

Y el 9 de enero escribió, al conocer de la detención inicial de María Corina: “El gobierno de Colombia expresa su profunda preocupación y enérgico rechazo ante el incremento y la gravedad de las denuncias de violaciones a los derechos humanos que están teniendo lugar en Venezuela, en la antesala de los eventos de mañana”. Y reiteró con firmeza que “Colombia no participará en el acto de posesión presidencial en Venezuela”.

Sucedió lo contrario. El presidente Petro había encontrado una excusa rebuscada para no asistir personalmente a la mascarada de su amigo, pero, pese a la solicitud creciente de ciudadanos para que no enviara a nadie al que no era más que un acto de “usurpación del poder”, allá llegó reptando, feliz y sonriente, el embajador Milton Rengifo, horas después de reconocer el supuesto triunfo de Maduro, como consta en sus declaraciones.

“Ni Colombia ni otros Estados gozan de un estatus para convalidar o no un resultado electoral, dicha condición le corresponde a la institucionalidad de cada Estado”, dijo el diplomático. Agregó: “las autoridades e instituciones venezolanas han dictaminado que el presidente electo es el señor Nicolás Maduro”. Es decir, al revés de lo dicho por el Canciller, el Gobierno participó en la posesión y reconoció al dictador venezolano como el nuevo Presidente.

Colombia ha legitimado un régimen espurio; ha avalado el fraude, la criminalización de la oposición, la violación de los derechos humanos y la destrucción de la democracia. Dicen algunos que de no haberlo hecho se rompían las relaciones. Falso, salvo existiese un ultimátum de Maduro, en cuyo caso, con mayor razón, nadie debió haber ido. Y de ser cierto, la prioridad no puede ser otra que la defensa de los principios democráticos.

Asistimos al puntillazo final de la agonizante democracia en Venezuela. Se consolida la dictadura de Maduro con el respaldo del Gobierno y del Pacto Histórico. No sorprende de Petro y su secta, pues en el fondo siempre han sido agentes de la causa chavista, pero sí un poco de Murillo. Su continuidad en el cargo lo hace cómplice de un Presidente al que no le importa ni cree en la democracia -la utilizó, que es distinto-, y de un tirano. Desmarcarse de esa posición infame no le será fácil, aunque pareciese cómodo en ella.

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