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Copa América

La Copa América estrena el uso del VAR, pero me llama la atención que, a pesar de ser un mecanismo de objetividad suprema, no deje de tener ciertas inclinaciones.

25 de junio de 2019 Por: Santiago Gamboa

Sin ser un hincha furibundo, me gusta el fútbol, sobre todo cuando es bueno y hay en juego un torneo importante. El Mundial, claro, la Copa de Campeones de Europa y, por supuesto, esta Copa América, que, sin embargo, me ha sorprendido y, en algunos casos, dejado perplejo. Por buen fútbol me refiero a equipos sólidos, bien amarrados en lo colectivo y con figuras individuales que impulsan y son creativos, dándole el puntazo final al trabajo de equipo. Porque en fútbol no gana el mejor equipo, sino el que mete más goles.

La Copa América estrena el uso del VAR, pero me llama la atención que, a pesar de ser un mecanismo de objetividad suprema, no deje de tener ciertas inclinaciones. En el partido de Japón contra Uruguay, por ejemplo, todos vimos caer en pedazos a un japonés en el área uruguaya, durante un ataque, y el VAR se quedó mudo. El mismo que poco antes le había dado un penalti a Uruguay por una patada de Cavani al pie levantado de un defensor y que resultó ser, sorpresivamente, una falta de dicho defensor. Los favoritismos o los intereses económicos ligados a ciertos equipos ya son evidentes para todos, y los arbitrajes parecen responder a eso. El empate de Brasil con Venezuela fue un ejemplo increíble, pues el árbitro concedió casi diez minutos de reposición al final del segundo tiempo, algo nunca visto. Tanto que uno de los comentaristas dijo: “Que jueguen hasta que Brasil meta gol”.

Chile, país al que quiero de modo especial, tiene a ese tipo Jara que lo desluce. Darle una patada a un hincha que invade el campo es ruin, y opino, como Suárez, que el árbitro ha debido expulsarlo. Fue el mismo que hace años le metió un dedo entre las nalgas a Cavani para provocarlo, lo que logró y Cavani fue expulsado. Odioso Jara, que viene de un fútbol tercermundista y tramposo.

Ni hablar de Argentina, con esa especie de letra de tango triste que es la suerte de Messi. Desde Evita, nadie hizo llorar tanto a Argentina. Ningún psicoanalista ha logrado explicar por qué sólo juega bien con su equipo, el Barcelona. Los argentinos -y la mayoría de comentaristas de los canales internacionales son argentinos- han decretado que es el mejor jugador del mundo, pero ninguno ha podido resolver esta paradoja. Esa especie de alergia a la camiseta nacional.

Venezuela es uno de mis favoritos, y creo que su técnico, Dudamel, es un genio. No tienen grandes figuras, pero avanzan porque siguen un orden. Tienen mística, humildad y potencia. Me recuerdan al Atlético de Madrid, de Simeone. El fútbol total, sin estrellas ni dioses, en el que todos hacen de todo. Ojalá se le planten bien a Argentina.

En cuanto a Colombia, creo que Queiroz es lo mejor que le pudo haber pasado. Alguien que comprendió rápido las pesas y medidas de ese grupo y al que, al menos hasta ahora, todo le sale bien, entre otras cosas por haber entendido dónde debe poner a cada uno. Cuadrado nunca fue mejor, Falcao es poderoso, James deslumbra y nos deja boquiabiertos, Duván es un fenómeno, los defensas parecen rocas, todo el mundo corre hacia donde debe correr, se respetan las posiciones y cada uno está en el lugar del campo que le parecía destinado. Se lo debemos a Queiroz, con su pinta de Mefistófeles. Tiene razón Higuita al apostar su pelo. Yo también creo que, si no nos hacen trampa arbitral, este equipo puede dar la sorpresa.

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