Dos soledades
Tema curioso es Borges. Ambos lo critican por sus posiciones políticas, pero lo admiran por su prosa. “Me gusta su violín”, dice García Márquez. En ese momento ambos son jóvenes de izquierda, algo que poco después Vargas Llosa abandonaría para siempre.
La relación entre García Márquez y Vargas Losa, tan cercana al principio y tan tirante después, y sobre todo ahora tan desigual (sólo uno de ellos vivo, aún con la palabra), sigue siendo de gran actualidad editorial. Ya comenté aquí Historia de un deicidio, el estudio de Vargas Llosa sobre García Márquez, y ahora le toca el turno a Dos soledades, una magnífica charla entre ambos escritores que se realizó allá por el mes de septiembre de 1967 en el auditorio de la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima, un momento increíble para la literatura del continente pues García Márquez acababa de publicar Cien años de soledad apenas hacía tres meses (ya era un enorme éxito), y Vargas Llosa era el ganador del premio Rómulo Gallegos por La casa verde, recibido hacía unos días en Caracas, donde se conocieron.
No es imposible imaginar a un Vargas Llosa de 31 años y a un García Márquez de 40 inaugurando una poderosa amistad que sería una de las más grandes del Boom latinoamericano y que más tarde se rompería con cajas destempladas. Porque el tiempo todo lo deteriora y desgasta. Los dos jóvenes que hablan en ese libro y que están tan de acuerdo serían ambos premio Nobel de literatura, como si fuera poco, pero sobre todo serían, junto con Cortázar y Fuentes, los grandes mosqueteros de la literatura de América Latina y, al menos por un par de décadas, de toda la lengua española.
Los temas que tratan no pueden ser más estimulantes: ¿Para qué sirve un escritor? Ambos concuerdan en la función subversiva de la literatura.
“Ninguna buena literatura exalta los valores establecidos”, dice García Márquez. Queda registrado también el valor de las experiencias personales a la hora de escribir, la recreación obsesiva de los recuerdos, las lecturas y las experiencias culturales, los hechos históricos, los hechos sociales y, en el caso de García Márquez, un tema predominante en ese momento: la soledad. La soledad del poder, la soledad de los pueblos abandonados a su solitaria suerte. ¿Se aprende a escribir? Sí, dice García Márquez: se aprende leyendo y escribiendo, y para ello la escritura debe ser una actividad excluyente. Esto es algo que Vargas Llosa ha dicho hasta el cansancio: la vocación literaria debe suprimir todo lo demás porque el escritor es un deicida que pretende suplantar el mundo. En cuanto a lo económico, García Márquez, que acaba de sobrevivir a una larga pobreza, opina que a un escritor le conviene tener sus problemas resueltos. Se escribe mejor así, dice, en un momento en que lleva apenas 3 meses de una bonanza que habría de durarle toda la vida.
Tema curioso es Borges. Ambos lo critican por sus posiciones políticas, pero lo admiran por su prosa. “Me gusta su violín”, dice García Márquez. En ese momento ambos son jóvenes de izquierda, algo que poco después Vargas Llosa abandonaría para siempre. Por eso relacionan el apogeo de la novela con las crisis de una sociedad y concuerdan en la responsabilidad política del escritor. Aunque García Márquez diga: “El principal deber político de un escritor es escribir bien”. Para Vargas Llosa, lo importante de un escritor son sus obsesiones, mucho más que sus convicciones. Coinciden en Faulkner, en Defoe. Difieren sobre el Amadís de Gaula. Una estupenda lectura repleta de consejos y con el aliento juvenil de dos enormes colosos, aunque aún ellos no lo sepan.
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