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Memorias colombianas

Leo fascinado las memorias de Caballero Bonald, sobre todo en los capítulos de su vida en Colombia.

28 de julio de 2021 Por: Vicky Perea García

Leo fascinado las memorias de Caballero Bonald (a las que ya me referí con motivo de su muerte reciente), sobre todo en los capítulos de su vida en Colombia. En los años 50, en Madrid, Caballero Bonald conoció a varios poetas colombianos, de quienes fue muy amigo. Entre ellos estaban Eduardo Cote y Jorge Gaitán Durán, pero también Mario Laserna, quien, como rector de la Universidad Nacional, acabó invitándolo a ser profesor. Fue así que Caballero Bonald llegó a principios de 1960 a Bogotá con su esposa, Pepa Ramis. Su viaje desde Madrid, vía aérea, tuvo cuatro escalas: islas Azores, Miami y finalmente Puerto Rico. Se instaló en Bogotá, cerca de la universidad Nacional, en esta dirección: Cra 37 # 28 - 61, a cien metros del límite oriental del recinto de la Universidad Nacional.

Caballero Bonald provenía de un grupo intelectual en España muy comprometido política y socialmente, con una literatura del realismo social que tenía como objetivo denunciar y hacer conciencia de la inaceptable dictadura franquista. Su grupo fue la generación de los 50, de la que formaban parte el poeta asturiano Ángel González, y los poetas Carlos Barral, Ángel Crespo, José Agustín Goytisolo, José Ángel Valente y Jaime Gil de Biedma, y los novelistas Juan García Hortelano, Juan Marsé, Alfonso Grosso y otros más. Al llegar a Bogotá, su grupo estuvo conformado por Eduardo Cote, Jorge Gaitán Durán, Pedro Gómez Valderrama, Ramón de Zubiría, Hernando Valencia Goelkel, Feliza Bursztyn, Jaime Laserna, Helena Iriarte, Piedad Jaramillo, Andrés Holguín y Jorge Eliécer Ruiz, más algunos españoles como Tomás Ducay o Antonio de Zubiaurre.

Hay un episodio magnífico: poco después de su llegada el embajador de España lo invitó a una cena en la residencia con algunos escritores locales. El embajador español era Alfredo Sánchez Bella, falangista del Opus Dei, y por eso en la cena Caballero Bonald procuró mantenerse en silencio. Pero ya con los tragos, en la sobremesa, el poeta Eduardo Carranza hizo una alabanza de Franco y de la España falangista, a lo que Caballero Bonald reaccionó con virulencia. Jamás volvieron a invitarlo a su embajada.

Hay otro episodio gracioso sobre el poeta Julio Flórez, quien se las ingenió para enviarle a Juan Ramón Jiménez un libro suyo de poemas sobre la madre. Pasado un tiempo, preguntando a través de un amigo la opinión de Juan Ramón, este contestó: “Muy mal poeta, pero muy buen hijo”. Las frases que cita Caballero Bonald son extraordinarias. Fue amigo y conoció muy de cerca a Camilo Torres, quien solía decir: “Soy revolucionario porque soy católico”. Y de un amigo costeño al que llama “el negro Barrientos”, cita frases ocurrentes y alocadas: “Hay una gran cantidad de pocón” o “mejor tarde que siempre”.

Conoció a Guillermo Cano y a través de él a otros artistas como Fernando Botero, León De Greiff, Aurelio Arturo, Jorge Zalamea, Gabriel García Márquez, Marta Traba o Jorge Rojas. Era el inicio de los años 60 y la fama internacional de García Márquez aún no comenzaba, tampoco la de Botero; el arte colombiano, en ese momento, no tenía una gran figura internacional y Colombia, en términos generales, era un país muy poco atractivo. Pero es interesante verlo a través de los ojos de alguien como Caballero Bonald, que no era (ni fue) un escritor famoso, pero sí alguien con enorme sensibilidad y talento para recordar.

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