Columnistas
Sin miedo al cisma
Crecí y fui educada por esa Iglesia del miedo y el pecado. Aterrorizada de que “Dios está en todas partes y todo lo ve”, como un espía eterno que contabilizaba mis pecados.
Definición de cisma: “División o separación en el seno de una organización (partidos políticos, iglesias, movimientos culturales) cuando algunos de sus pertenecientes abandonan la organización porque no están de acuerdo con la ideología o doctrina dominante en el seno de esa organización o movimiento”.
Recientemente, el Papa Francisco convocó un sínodo especial en el que está reunido con obispos, cardenales y 54 mujeres. Tiemblan las estructuras de la Iglesia medieval y anticuada. Se trata nada más ni menos que la aceptación del ingreso de mujeres al Diaconado - puerta de entrada al sacerdocio-, las relaciones entre la Iglesia y la Comunidad Lgbt, el permitir el matrimonio entre parejas del mismo sexo y acabar de una vez por todas con el celibato obligatorio.
Se queda atrás esa Iglesia que excomulgaba, pregonaba miedo, afirmaba la condenación eterna entre calderas de agua hirviendo, repudio y condenación a las mujeres como engendros del mal, dogmas trasnochados, prebendas llenas de lujo y poderes a sus cardenales, silencios y negaciones a la pederastia, etc.
Francisco, este revolucionario, incómodo para la Iglesia Católica de ultraderecha, se asemeja a Jesús, ese revolucionario incómodo de Galilea que alteró la civilización de entonces y fue condenado a morir clavado en una cruz. Creo que muchos ultraderechistas purpurados están deseando el ‘descanso en paz’ de Bergoglio por las mismas razones. Pero en sus propias palabras Francisco dice que: “No le teme al cisma”.
Crecí y fui educada por esa Iglesia del miedo y el pecado. Aterrorizada de que “Dios está en todas partes y todo lo ve”, como un espía eterno que contabilizaba mis pecados. Morder a mi hermana menor en un cachete cuando era un bebe. Decir malas palabras… “uta, ejo, erda, arajo”... Maldecir internamente a Dios por haber mandado con la cigüeña un bebé lindo y rosado a la casa mientras yo era flaca y verde y me mojaba en la cama.
Fui educada en el principio de que el sexo era pecado, los hombres eran peligrosos, existían libros prohibidos y si los leía estaba condenada al infierno. Me enseñaron que tocarse era pecado y cuando me tropezaba con una amiga en el recreo, tenía que confesarme al otro día. Que había pensamientos impuros y Dios los sabía (yo no sabía cuáles eran y prefería tratar de no pensar).
Fui excomulgada tres veces, una de ellas en el púlpito de la Catedral Cali por el arzobispo de la época.
Estoy de acuerdo con el periodista, escritor y poeta andaluz Juan Arias, exsacerdote ya de noventa y un años, felizmente casado, que fue condenado por el franquismo por publicar un artículo sobre ‘El Dios en que no creo’. Aquel de los truenos y el miedo, el que no permite morir dignamente, el que pretende adueñarse de lo más sagrado del ser humano: su libertad y su conciencia. El Dios del miedo no debiera existir y las iglesias institucionales lo pregonan y abusan de él.
Francisco no teme. Quiere devolverle a la Iglesia Católica su dignidad. Recuperar el mensaje de Jesús, sin pompas. Boatos, sin discriminaciones. Una iglesia en que puedan acercarse todos los que deseen, una iglesia en que impere el amor, la comprensión, la caridad y la honestidad. ¿Lo logrará en vida? No lo sé, pero soplan vientos del cambio. Nuevos aires limpios. Reconciliación y unión.
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Posdata. Repudio total al Grupo Terrorista Hamás. No más sangre.
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