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Helena Palacios

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Sin pena ni gloria

Oscuros y criminales legados han dejado el paramilitarismo, las guerrillas y el narcotráfico, pues así nos congraciemos con medidas alcanzadas para reducirlos, hay heridas abiertas y se multiplican sus sucesores armados hasta los dientes, disputándose el territorio y las riquezas.

28 de septiembre de 2023 Por: Helena Palacios

Son demasiadas las mil caras del mal que nuestro país ha conocido en su azarosa historia. No hemos podido aún pasar la página de la violencia. Al contrario, los recientes ataques con carros bomba en los municipios de Timba y Jamundí, se perciben como un déjà vu, la sensación de algo ya visto. Mas no es una experiencia psíquica o de otra vida, sino una contundente realidad que rememora acciones de los carteles del narcotráfico imponiendo su ley.

Cuando una maestra como Stella Balanta, con más de 30 años de dedicación a la enseñanza, se encuentra con la muerte a primera hora de la mañana, en camino a su escuela, sobra decir que ninguna acción u objetivo justifica asesinar una mujer dedicada a su comunidad y truncar un proyecto de sociedad. Ni esta víctima ni las restantes del terrorismo en diversos lugares deberían quedar en la impunidad, ni ocultas bajo el manto del perdón y olvido.

Más de 166 ataques bélicos de disidencias de las Farc en el Cauca entre julio y setiembre de un total de 340 en el país, según informes de inteligencia militar, revelados por la prensa, evidencia una escalada sin precedentes al mando de un siniestro alias, heredero de una facción de la organización que se acogió al proceso de paz. Para el común de la gente urge desentrañar las políticas y estrategias en el confuso y atiborrado plan de paz total del Gobierno con las diversas fuerzas armadas ilegales.

Oscuros y criminales legados han dejado el paramilitarismo, las guerrillas y el narcotráfico, pues así nos congraciemos con medidas alcanzadas para reducirlos, hay heridas abiertas y se multiplican sus sucesores armados hasta los dientes, disputándose el territorio y las riquezas. Aunque se solapen sus acciones tras los delitos execrables de agentes de fuerzas militares o gubernamentales, los crímenes vengan de donde vengan, no dejan de serlo, cualquiera que sea la excusa o el actor.

Subsiste un espíritu guerrerista en algunos que empuñaron armas, aun si las han dejado y acogido a la ley, al sentirse poderosos al contacto con ellas. Tal vez fue el caso del Presidente de la República durante su posesión, al exigir que le trajeran la espada del Libertador, obsesión del M-19. La historia del país por más de cincuenta años, ligada a este movimiento y sus protagonistas, se levanta en el libro la ‘Espada de Bolívar. Del M19 a la Casa de Nariño’ de la periodista Patricia Lara, en un relato fruto de su investigación muy bien hilado, con datos y testimonios que llegan al trasfondo de los sucesos y de la entronización del arma.

Al mismo tiempo, entristece leer acerca de acontecimientos de no grata, pero necesaria recordación que tanto afectó a Colombia, no menos graves por el hecho de que finalmente el movimiento guerrillero se acogiera a un proceso de paz. Que el M19 surgiera de la inconformidad por el resultado de unas elecciones y su posición contra la oligarquía, no justifica que sembrara prácticas lesivas de los derechos humanos: cárceles del pueblo, secuestro, extorsiones, muerte y toma de rehenes.

Demasiada trascendencia ha dado el M-19 a la preciada arma, siendo que su robo y tenencia fue empañada con la fotografía que publicó de José Raquel Mercado, secuestrado y detrás de él la espada del Libertador, símbolo de poder. Por esta y demás trágicas equivocaciones, haberla poseído y empuñarla no debería ser motivo de orgullo, pues ni pena ni gloria hubo en ello.

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