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Medardo Arias Satizábal

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Tres libros

‘La rata y el colibrí’ es así, vertiginosa, no da respiro, y habla de un escritor que ha pasado la vida más en los libros que en la escritura.

22 de agosto de 2024 Por: Medardo Arias Satizábal

Para mi generación, Fernando Hernández representó siempre una gran promesa literaria, por su culta y afinada prosa, la misma que avizoramos desde sus crónicas en la prensa de Cali, ya en Occidente, El País o El Tiempo.

Cuentista, hizo de Florida, el lugar donde nació, una comarca imaginaria llamada San Miguel Arcángel, donde ocurren sucesos que se vuelven maravillosos en su pluma, acontecimientos que dejan de ser cotidianos cuando los ilumina con la ficción.

Hace 21 años ganó el Premio Nacional de Libro de Cuentos Jorge Gaitán Durán en Cúcuta y más recientemente fue finalista del prestigioso galardón de la Cámara de Comercio de Medellín.

Fernando guardó por 40 años su novela ‘La rata y el colibrí’, de reciente edición, la misma que hizo decir a Alejandro Aguirre: “Escrita por un periodista de culto en el fragor de una sala de redacción, es una novela de época sin época”.

Fernando Gómez, editor de Don Juan y Bocas, conceptuó: “Fue escrita mucho antes que Rosario Tijeras y La virgen de los sicarios, con un tono que triunfó en la novela colombiana. Salvaje, intensa, se lee de un tirón”.

‘La rata y el colibrí’ es así, vertiginosa, no da respiro, y habla de un escritor que ha pasado la vida más en los libros que en la escritura. El capítulo 12 empieza así: “Miren quién va ahí, con su pasito presumido, en medio de la multitud que se agolpa en mi ventana: Ramón Canario, el tumbalocas jactancioso y aún bello, pero un malparido universal. Dicen que fue el hombre más bello del país en la época de la violencia política. Yo he creído, mejor, que no era más que un anarquista profesional, otro fanfarrón más en el planeta…”

Recibo también el libro de poemas ‘El último hombre’, de Gregorio Llano García. Nacido en Tuluá en 1953, realizó estudios de Economía y Filosofía. Vivió en México y en Mauduguri, Nigeria, en zonas de riesgo y conflicto, una tarea que también lo ha llevado por los caminos de Colombia.

Su poesía impacta, por lo certera, en el desierto del verso colombiano. Recoge quizá de los poetas ingleses TS Elliot, y William Wordsworth o del irlandés W.B. Yeats, una emoción sustantiva, comprimida en una brevedad que, no obstante, estalla en múltiples soles, en una nueva luz, como si quisiera reinventar el universo: “Cada día miles de meteoritos se estrellan contra los planetas, pasan por el cielo como estrellas fugaces, colisionan y se desintegran, nubes de polvo permanecen en la superficie por largo tiempo, ocultando la luz dorada de sus soles…”. Sin duda, ‘El último hombre’, la revelación de un poeta.

También, desde una parodia no exenta de humor, Óscar Hernán Correa nos regala “La casa de Irene y otros cuentos”, uno de sus más logrados títulos. Nacido en Palmira en 1952, es autor de ‘La concha dorada’ (2015), ‘Granada, años mozos’ (2016), ‘Ese día’ (2017), ‘En mi barrio hay fantasmas’ (2019) y “La madre” (2021), cinco obras publicadas casi de manera sucesiva.

En su cuento ‘De la amistad y otras virtudes’, recrea la obra de Perrault, Caperucita Roja. En determinado momento, la abuela le pregunta al lobo: “¿Usted ha escrito poemas?” y él responde, “algunos, pero han ido a parar al tarro de la basura porque son muy malos…” El lobo, que a la postre se llama Emilio, al final canta un bolero de Olga Guillot. “La niña de la capa roja tomó el bus de la empresa Blanco y Negro Ruta 1 que la llevó hasta su casa. Iba pensando en la tarea de matemática que debía resolver”.

El cuento ‘Descubriendo a la madrastra’, es una adaptación de Blancanieves. El libro de Óscar Hernán Correa trae también el cuento Peregrino creyente, distinguido en el palmarés de cuento de la Editorial Norma. El autor, con Juan José Arreola, dice: “No he tenido tiempo de ejercer la literatura, pero he dedicado todas las horas posibles para amarla…”.

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