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Trompo en el baile

El trompo de marras es una especie de policía. Deja que todo el mundo baile, pero vigila.

12 de diciembre de 2024 Por: Medardo Arias Satizábal
Medardo Arias Satizábal
Medardo Arias Satizábal | Foto: El País

Existen muchas clases de trompos. En su descripción oficial dice: “Trompo es un tipo de peonza que puede girar sobre una punta, sobre la que sitúa su centro gravitatorio, de forma perpendicular al eje de giro, y se equilibra sobre un punto gracias a la velocidad angular que permite el desarrollo del efecto giroscópico. Los hay de múltiples formas y funcionamientos, como la perinola, el spun, el dreidel, snurra y levitrón…”. Faltó el zarandete, de Nariño.

También, en esa definición no se nombra al temible trompo ‘quiñador’. Cuando jugábamos, el ‘quiñador’ era el encargado de ‘castigar’ a otros por una falta en el juego. No era un trompo ‘bonito’, de colores atractivos, suave vuelo, punta roma que le permitiera bailar sin dar saltos, y tampoco tenía presencia escénica a la hora de girar.

El quiñador parecía hecho por algún carpintero poco diestro, a las volandas. Su madera no era noble, pues tenía algunos contornos sin lijar, y en vez de clavo bailador, exhibía una hachuela amenazante. La misma que estaba siempre ahí, entre otros trompos, a la espera de un castigo.

Trompo de aspecto basto, ordinario, cumplía no obstante una labor profiláctica, pues se encargaba de hacer justicia por los demás. En el juego del trompo no todos salen a bailar; danza el que sabe, y tampoco se requiere música. Solo una cuerda mide el contorno de todos y permite que esa armonía se mantenga por un tiempo más o menos previsible. El trompo de marras es una especie de policía. Deja que todo el mundo baile, pero vigila. Entre los trompos algunos se salen de la bomba, el círculo donde transcurre la vida de este adminículo, y es cuando el quiñador ejerce.

Durante ocho años y desde la casa de los trompos gordos, se permitió bailar a todo el mundo pero, al parecer, ese juego no resultó simpático. La era acuariana hacía presumir cambios en el comportamiento de los jugadores; los trompos necios ahora parecían ‘amigos’, se cantaban himnos de fraternidad, las rosas volaban como rocío, y esa paz de los trompos parecía contagiar a la condición humana.

Desde la casa mayor del juego, andaban buscando un trompo bien gordo, no necesariamente simpático, que volviera a sacar la hachuela en medio del baile. Trompos renegados, acostumbrados a esa atmósfera beatífica de la fraternidad universal, pensaron que era un exabrupto poner en escena a un quiñador ya olvidado; rústico de madera, amigo de decir cosas impropias. Todos los trompos hicieron un cerco alrededor para evitar el desastre. Al trompo grande que venía a regir el juego, le inventaron historias. Que no sabía bailar, que no tenía educación, que solo sabía quiñar, que algunas trompitas de sexo femenino habían sido abusadas en su guarida, que era una amenaza para el juego, que prometía además levantar un cerco para que nadie le pisara la cuerda. Bufonadas de un quiñador sin tarea.

A partir del lunes 20 de enero cambiará el juego. El trompo fue aceptado sin reticencias y desde todos los confines de este mundo que gira y gira, le enviaron cartas de beneplácito. Las apuestas cayeron de un día para otro, y los trompos zurdos, suaves de baile otro día, han empezado a brincar sobre superficies corroñosas. De ser unos trompos deliberantes, han devenido en el peor apellido que pudiera ponérseles: “Carrascascás”. Se preguntan qué va a pasar ahora en la bomba, cuando el baile ni siquiera ha comenzado.

Mientras el castigador pule su hachuela, todos se preguntan si de verdad ha regresado, cuando la fiesta iba tan bien. Trompos cubanos y venezolanos, colombianos y bolivianos, además de los de Isis, sirios y troyanos, sacan sus altavoces para advertir que este 20 de enero las cosas cambiarán para ellos. Y uno se pregunta: ¿De verdad el mundo necesita, de cuando en cuando un trompo quiñador?

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