Columnistas
Un amigo de 130 años
Cada vez que puedo, apago la luz y me dejó llevar por ese sonido de rueca de sueños que es el chorro del proyector con su historia en la pared, silente, cuadro a cuadro; tengo un pedazo de película, de la que jamás sabré el final.
El cine, ese viejo cómplice, cumplirá 130 años en el próximo 2025, y desde ya se alistan todos los homenajes a los pioneros, entre los que estarán Charles Spencer Chaplin y Joseph Frank Buster Keaton, y desde luego Auguste Marie Nicolás Lumiere, el inventor del cine, y los hermanos Latham, quienes exhibieron los primeros filmes con peleas de boxeo en Nueva York, 1 mes después de aquel 21 de abril de 1895 cuando los Lumiere pusieron imágenes en movimiento en una pantalla para incredulidad de los asistentes.
En aquel ese 1895 los franceses no podían dar crédito a lo que veían; de pronto, imágenes que podían ser de ‘fantasmas’, quizá, aparecieron delante de ellos, ’representando’ la salida de los obreros de la fábrica de los Lumiere. Todos caminaban muy rápido y con balanceo de barco. Pero no se trataba de una puesta en escena; era el hecho real, patentado en menos de 1 minuto; vendrían después sus célebres producciones en la cual un jardinero es rociado con agua e inflige castigo al niño que lo hace; ‘El regador regado’, era su título, así como las imágenes del tren que llegaba a la estación de Ciotât, las mismas que hicieron correr al público dentro de la sala, contagiados de pánico por creer que aquella locomotora los embestiría.
El cine mudo dio su mayor gloria a Charles Spencer Chaplin, pero creo que no se le hizo suficiente justicia a Buster Keaton, el genial cómico estadounidense. Cuando se va al cine hoy y el espectador se convierte en partícipe de alegría, tragedia y dolor, tocado también por los efectos sonoros y fotográficos, uno puede pensar con ternura en el asombro que despertaron esas primeras películas de un minuto.
En una tienda de antigüedades, pude conseguir un proyector de 8 milímetros y, lo que es milagro, hallé también películas, en sus cajas originales. Cada vez que puedo, apago la luz y me dejó llevar por ese sonido de rueca de sueños que es el chorro del proyector con su historia en la pared, silente, cuadro a cuadro; tengo un pedazo de película, de la que jamás sabré el final. Es ‘Simbad, el marino’, y también “Alicia en el país de las maravillas”; trozos de comedias de Stan Laurel y Oliver Hardy, el Gordo y el Flaco y la pelea completa de Cassius Clay y Joe Frazier en el Madison Square Garden, cuando Clay cae por primera vez con sus botas aladas.
De todo lo que puede divertir al hombre hoy, en su cotidianidad, el cine encierra las mayores sorpresas. Lentamente, los sistemas para tener ‘una sala de cine’ en casa, se hacen más accesibles, con pantallas que imitan la forma de los telones de teatro. Una historia bien contada, con buenos actores y gran producción, será siempre esa deliciosa sorpresa esperando al final del día.
El cine no obstante, en la domesticidad de la televisión, insiste en ser moderno en sus transferencias, y desecha la posibilidad de diseñar sistemas que permitan envolver al mundo de hoy en el conocimiento de sus orígenes. No así la radio, los equipos de sonido, que han encontrado un vasto mercado en lo que denominan líneas ‘old fashioned’ o ‘Nostalgia’. O sea, equipos modernos, ensamblados en diseños de madera que evocan los 40 y 50. Es impresionante la manera como han vuelto a venderse en los Estados Unidos las maletas ‘pick up’ con las que los abuelos amenizaban sus barbacoas de verano.
Un proyector al que se pueda insertar un DVD sería hoy una maravilla del mercado; por la proyección de la luz hacia la pared, por el sonido, por el rito que recupera las liturgias iniciales del cine.
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