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Un niño mató a otro niño

¿Hasta cuándo?

19 de noviembre de 2024 Por: Gloria H.

Sucedió la semana anterior en Jamundí, en una institución pública. Un niño de 11 años llevó a su escuela un arma que encontró en su casa. En la hora del recreo la mostró y fue atractiva para los otros pelados que con mucha curiosidad empezaron a tocarla. ¿Cómo no intentar dispararla, para ver qué sucedía?

No hay que olvidar que el juego de las armas es muy tentador, sino que lo digan los mayores y el número de políticos que sueñan con popularizarlas. La pistola fue pasando de mano en mano hasta que “se disparó”. No, no se disparó ‘sola’. Algún chico apretó el gatillo, por curiosidad, por ensayo, por desafío. Estaba cargada y la bala salió disparada al cuerpo de otro niño, que cayó muerto al instante. Confusión, susto, gritos, culpas, médicos, enfermeras, reanimación… nada. El niño murió y el ‘agresor’ fue indagado, llamada a sus papás, protocolo activado, etc., etc.

Entonces, ante situaciones como estas, volvemos a desgarrarnos las vestiduras, volvemos a las repetidas reflexiones de siempre, intentamos ‘rápidamente’ encontrar el culpable, pero ¡nada cambia! Todo continúa igual. El resultado: dos familias impactadas, un grupo de muchachos confundidos entre culpa, miedo, placer, vergüenza… y ¿mañana volvemos a clase?

El asunto es que los problemas se nos volvieron paisaje, sobre todo en lo relacionado con el mundo infantil. Hace unos días fue en Candelaria, Valle, la niña asesinada por un hombre enfermo. La semana pasada en Cali, la adolescente acosada por bulling, en un colegio oficial, llena de miedo y sin ganas de continuar estudiando. Ahora, en Jamundí el niño muerto… y solo es cuestión de esperar, para recoger ‘datos de otros municipios’. Y sigamos, es la vida…

Entonces llegó el momento de hacer algo a nivel de instituciones educativas. No nos podemos sentar a esperar que el Ministerio o las Secretarías ‘implementen’ protocolos para enfrentar el problema. Es urgente una toma de conciencia en cada institución que enfrente dificultades de convivencia para no pasar por alto situaciones absolutamente ejemplarizantes. Porque o se aprende, o se repite.

En estas instituciones se debe reemplazar la Geografía o las Matemáticas por talleres o reuniones donde la vida cotidiana entre al salón de clase y con la dirección de un psicólogo o un profesor consciente, se construyan opciones de vida diferentes. ¿No existirá acaso algún papá o mamá psicólogo que ayude a orientar en ese momento tan significativo en la vida de los niños?

La educación sigue empeñada en repetir conocimientos que ‘fácilmente’ se encuentran en internet, pero la vida, aquella que nos sostiene, no se ‘estudia’ en clase. Entonces la muerte, la violencia, la soledad, solidaridad, la gratitud, compasión, género, color de piel… esos asuntos no están en internet y son los prioritarios. No podemos esperar que ‘desde arriba’ den el instructivo. ¿No sentimos acaso la urgencia de cambiar lo que se transmite en instituciones educativas? Ser actores pasivos también nos convierte en cómplices del delito.

Por eso, cuando suceden hechos así, creo que el disparo no lo activó el niño portador del arma. Esa pistola es disparada por todos, por usted, por mí, su vecino, el profesor, la juez, el comerciante, el abogado… todos la disparamos porque todos cohonestamos con la violencia, con la venta de armas, con la indiferencia hacia el mundo infantil. ¿Hasta cuándo?

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