Columnistas
Una depresión de buen pronóstico
La información adecuada evita el sufrimiento.
Ernesto, de 32 años, es un Ingeniero con un buen trabajo en una firma de consultoría, está casado y su vida es satisfactoria. Hace dos meses comenzó a presentar cansancio inexplicable, dificultades para conciliar el sueño, dolores abdominales e intolerancia a las comidas. El cuadro clínico cada día era peor, se automedicó y en vista de qué no mejoraba decidió consultar a un médico. Ya en la consulta refirió que él estaba muy preocupado porque tenía una historia familiar de cáncer de páncreas. Agregó que los síntomas digestivos eran insoportables, además tenía dolores de cabeza y de las articulaciones que le habían impedido volver a hacer ejercicio. Pero en el fondo lo que más le asustaba era tener un cáncer.
El médico ordenó una serie de exámenes para descartar problemas digestivos y le formuló algunos medicamentos. 15 días después regresó a control y el médico le informó que todos los exámenes habían salido negativos. Indagó por otras circunstancias personales y llegó a la conclusión (sin mucha convicción) de que “probablemente” tenía una depresión. Para sorpresa del médico, a Ernesto este diagnóstico no le gustó. Él hubiera preferido que le dijeran que tenía algo orgánico que se pudiera tratar y no que le dijeran que tenía algo que, para él, significaba DEBILIDAD. Le reclamó al médico por atreverse a hacer semejante diagnóstico cuando él consideraba que tenía algo “serio”: una multitud de síntomas distintos que no podían corresponder a una depresión, algo que para él equivalía a tener una enfermedad imaginaria. Algo que ni siquiera era una enfermedad sino “un invento de los psiquiatras para manipular a la gente”.
Ofendido por el diagnóstico, se retiró de la consulta, y por unos días parecía haberse estabilizado, pero su creciente incapacidad en el trabajo, su falta de concentración y un agravamiento de los síntomas lo abrumaron de tal manera que un día en medio del llanto le dijo a su esposa que estaba pensando en matarse, porque estaba seguro de que tenía un cáncer y que los médicos se lo estaban ocultando. Fue solamente en ese momento que la esposa consultó con el médico de confianza de la familia quien recomendó una visita al psiquiatra. Ernesto acudió a la cita con el especialista quien confirmó, sin lugar a ninguna duda, que estaba sufriendo de una depresión. Le formuló unos antidepresivos, y tres semanas después de iniciado el tratamiento (que la esposa le administró juiciosamente), empezó a experimentar una mejoría notable de todos sus síntomas y aceptó haber estado muy deprimido.
Esta es una historia típica de un cuadro depresivo que se resolvió a pesar de la resistencia inicial del paciente. En depresión hay muchísimas variantes en cuanto a severidad, presentación clínica y circunstancias. Como por ejemplo el enfermo que comunica a la familia que se siente muy decaído, pero sus allegados lo niegan con el clásico: “Usted no tiene nada”. O cuando el paciente y la familia lo aceptan, pero el médico, sin tiempo suficiente para hacer una historia y sin sensibilidad al respecto de los problemas emocionales, ignora la enfermedad de fondo y sólo trata los síntomas orgánicos.
Todas estas circunstancias se pueden aliviar si hay una información adecuada que evita que la enfermedad siga su curso destructivo.
Regístrate gratis a nuestro boletín de noticias
Recibe todos los días en tu correo electrónico contenido relevante para iniciar la jornada. ¡Hazlo ahora y mantente al día con la mejor información digital!