Editorial
Una revolución de valores basada en el amor
Debemos procurar que todas nuestras palabras, obras y pensamientos tiendan a conformarse con la norma divina del conocimiento de Cristo...
Para romper la espiral del odio es necesario cambiar de actitud desde el corazón. Es necesaria la conversión, una revolución de valores basada en el amor. En el Concilio Vaticano II, los obispos (padres conciliares), destacaron que cada día era más fuerte esa mutua interdependencia en el mundo actual, por la cual muy fácil se desencadenan cada vez más frecuente las luchas por los recursos y las materias primas. Estos conflictos están fomentados asimismo por las consecuencias nefastas de la miseria, los virus, las epidemias como lo vimos en la del covid-19; en semejantes circunstancias, constatan los obispos, que nunca la humanidad ha tenido tanta abundancia de riquezas, de posibilidades y de poder económico y, sin embargo, todavía una enorme parte de la población mundial se ve afligida por el hambre y la miseria. Jamás tuvieron los hombres un sentido tan agudo de su libertad como hoy, y aún surgen nuevos tipos de esclavitud social y psicológica.
A esta constatación que hacen los obispos en el Concilio Vaticano II, al decir que ante las circunstancias que afligen al hombre, todavía existe una enorme población sumida en el hambre y la miseria, que han hecho pensar y tener un sentido agudo de su lucha por liberarse de nuevos tipos de esclavitud social, la cual es alertada como una terrible bomba que en cualquier momento podría estallar con terribles consecuencias por la paz y dignidad de los hombres, lo hicieron en sus respectivas visitas ante los líderes políticos, empresariales, económicos y religiosos del país, los papas ; San Pablo VI, agosto de 1968; San Juan Pablo II, julio de 1986, y, Francisco, en septiembre de 2017, para que actuaran inmediatamente, pues, aunque ya había pasado mucho tiempo, era urgente escuchar la voz del que sufre, para evitar eso que se veía venir como un ‘estallido social’, uso el término con el cual se denominó el acontecido en el gobierno del presidente Duque ante la presentación de un proyecto de reforma tributaria, puso en evidencia las enormes desigualdades y abandonos históricos invisibilizados por décadas y que en este año 2021 se le ha denominado como “El año del estallido social en Colombia”.
Es de anotar que el inicio de este estallido estuvo marcado con protestas violentas, que quisiéramos no volver a sufrirlas; pero también constatamos que es tanto lo que cada día acontece, que altera y hace crecer el sentimiento de inseguridad y desconfianza que pensamos que son insuficientes las movilizaciones sociales que por no ser violentas terminan en un marcado ambiente de tibieza y pasividad, quizás motivado por los temores y miedos, que nacen del sentimiento ya generalizado que aquí no pasa nada, que no hay nada que hacer.
A todo lo anterior, tenemos que agregar la gran influencia, y lo decían los expertos de la ciencia y la academia, que a pesar de que estas grandes movilizaciones eran importantes, en su momento; pero que las redes sociales, con el reclamo con sus memes, hashtags, likes, las falsas noticias, los informes que desinformaban, las verdades a medias, aun la calumnia y la mentira, producían efectos demoledores, a lo cual se agregaba el papa Francisco diciendo que eran peores que una bomba, y hacían mucho daño.
Hay tres cosas que manifiestan y distinguen la vida del cristiano. Occidente, nuestra civilización, nació con raíces cristianas que con su estilo de vida influyó en la caída del imperio romano y con ello caía la civilización Helénica, es el momento de recuperar esa cultura que como dice Augusto Jorge Cury, director de la academia multifocal cuando dice al final de su libro, ‘El Maestro de los maestros’: “Si el mundo político, social y educacional hubiese vivido mínimamente lo que Cristo vivió y enseñó. Nuestras miserias habrían sido extirpadas, hubiéramos sido una especie más feliz”, por eso debemos recuperar, como lo dice Gregorio de Niza: “Hay tres cosas que manifiestan y distinguen la vida cristiana: la acción, la manera de hablar y el pensamiento. Siempre, pues, que nos sintamos impulsados a obrar, a pensar o a hablar, debemos procurar que todas nuestras palabras, obras y pensamientos tiendan a conformarse con la norma divina del conocimiento de Cristo, de tal manera que no nos apartemos de esta regla, lograríamos la verdadera revolución de valores basada en el amor”.
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