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Helena Palacios

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Unos más iguales que otros

En la Rebelión de la Granja, de Orwell, una vez más los animales sirven a un propósito, ahora el de la ficción literaria, pues hemos caracterizado a cada uno de ellos con estereotipos que se aprovechan en las fábulas.

9 de mayo de 2024 Por: Helena Palacios

Aprendemos y recibimos mucho de los animales, inocentes estos de la capacidad de dominio y crueldad que el hombre ancestralmente ejerce sobre ellos. Se cuenta que ver a un niño que conducía un carro tirado por un caballo al que azotaba durante el camino, le hizo pensar a George Orwell (1903-1950) que si los animales fueran conscientes de su fuerza no se dejarían explotar, y lo mismo podría decirse del proletariado.

Ese momento inspiró al periodista y novelista británico, socialista demócrata, a escribir su lúcida y universal obra política Rebelión en la granja (1945), para desacreditar mediante una fábula en la que los animales se toman el poder, al totalitarismo estalinista y la desviación del sueño de igualdad social en la doctrina comunista. Con el tiempo la novela se convirtió en una alegoría con humor negro e ironía, de cualquier régimen autoritario y de la corrupción que aflora para mantenerlo.

Los animales de granja con sus personalidades y nombres peculiares, entre ellos cerdos - los más inteligentes, como en efecto lo son- vacas, ovejas, perros, ratas, burros, gallinas, se dieron una nueva organización desde la toma de la granja solariega. Sobrevino un cambio. Pasaron de las arengas del cerdo líder a sus camaradas, y de sentar mandamientos para un mundo animal justo y equitativo (en la lucha contra el hombre no hay que parecerse a él, no adoptéis sus vicios, todos los animales son iguales), a una realidad que desvirtuó el sueño original a medida que surgieron rivalidades, preferencias, ambiciones y comodidades, cuando unos mandan sobre otros y otros obedecen, a semejanza de los humanos.

Los mandamientos dejaron de ser, se quebrantaron y solo quedó uno: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”. Las pobres e indignadas gallinas fueron víctimas de un contrato que les hacía entregar cientos de huevos semanales para vender y comprar cereales y harina, que escaseaba porque se congelaron las cosechas, pero para ellas era un crimen, pues se preparaban a empollarlos; su especie de rebelión fue sofocada por el gobierno, dejando de alimentarlas.

También vendrían las mentiras, la confabulación, la simulación, el ruido, las fiestas e incluso se reunieron con vecinos que habían mirado con recelo a los nuevos propietarios animales, creyendo que reinaba el libertinaje e indisciplina; pero no, se percataron que daban ejemplo, pues los animales inferiores trabajaban más y recibían menos comida, modelo para implementar en sus fincas.

La obra de Orwell a la vez divertida y seria, no es un cuento infantil, es para mayores que desde su experiencia puedan advertir con sarcasmo que cualquier parecido con la realidad en algunos momentos históricos o actuales, es pura coincidencia. La visión acerca de la condición humana y su imaginación distópica de los totalitarismos, dio lugar al término ‘orwelliano’ y al concepto de ‘Gran Hermano’ por otra de sus novelas, 1984.

En la Rebelión de la granja, una vez más los animales sirven a un propósito, ahora el de la ficción literaria, pues hemos caracterizado a cada uno de ellos con estereotipos que se aprovechan en las fábulas. Lo cierto es que estos seres sí sienten, aman y actúan de modos sorprendentes en armonía con la naturaleza, pero son ajenos por fortuna a la pasión de la codicia y al delito de la corrupción tan propio de los humanos sin escrúpulos.

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