Editorial
Buenaventura turística
El turismo sostenible debería ser, de tiempo atrás, el foco de las miradas en esta región del país.
Para generar el progreso y brindar las oportunidades que demandan Buenaventura y sus habitantes hoy es necesario ver al Distrito desde una perspectiva diferente, entendiendo cuál es su esencia y dónde está su mayor patrimonio.
Más que la ciudad donde se encuentra el principal puerto marítimo de Colombia, por el cual se moviliza el 50% de la carga de comercio internacional, Buenaventura es cultura, herencia ancestral, paisajes exuberantes y gentes amables que se sienten orgullosas de quienes son, tanto como del entorno en el que habitan. Saben que es ahí, en lo propio, en aquello que hoy cuidan con esmero, donde está su gran e inexplorada riqueza.
Como ha ocurrido con todo lo demás en el litoral Pacífico colombiano, la indiferencia y el abandono también recaen sobre el potencial con el que cuentan poblaciones y comunidades para su desarrollo. El turismo sostenible debería ser, de tiempo atrás, el foco de las miradas en esta región del país.
Los reportajes publicados recientemente por este diario, que se engloban en una serie de producciones que buscan resaltar esos tesoros escondidos de la región Pacífica, de los cuatro departamentos que la conforman y de Cali como epicentro de la COP16, la cumbre mundial sobre la biodiversidad, dan cuenta de ese caudal inexplorado.
Buenaventura es el ejemplo. A la vista de todos se extiende ese mar bravío donde a diario ocurre el milagro de la vida, por el que se cuelan los brazos de los esteros y de una selva espesa que deslumbra con sus destellos verdes, con sus parques naturales, sus playas casi vírgenes, sus cascadas cristalinas. Son los paisajes que sus habitantes han aprendido a cuidar porque saben que además de su historia, representan su supervivencia y su porvenir.
Y está su cultura, la mayor herencia de sus ancestros, aquellos que les transmitieron sus saberes para que hicieran brotar de una marimba de chonta el más melodioso arrullo, o que les enseñaron a mover con cadencia su cuerpo al son de un currulao. Es la explosión de sabores de su gastronomía, cuyos secretos pasan de generación en generación; es la alegría arrolladora de un pueblo, además amable y cálido, que acoge con el corazón a quienes llegan a visitarlos.
Es ahí, en ese patrimonio único y aún por explorar, donde está el futuro de Buenaventura. Los problemas, que no son pocos, hay que resolverlos, en especial aquellos que nacen de la indiferencia y la atención de un Estado incapaz hasta ahora de tratar como se lo merece al Pacífico colombiano y a su principal ciudad.
Las carreteras hay que terminarlas, el dragado de profundización del canal de acceso no da más espera, se debe garantizar a la población el retorno equitativo de los ingresos que produce el puerto. Pero además se tienen que definir políticas públicas dirigidas al desarrollo sostenible de sus recursos naturales, incluidos el turismo ecológico y el cultural.
Buenaventura se merece que la conozcan, que lleguen cada vez más visitantes que sepan admirar y respetar sus paisajes y sus tradiciones, que comprendan el trabajo que hacen sus comunidades para conservarlos. Es la oportunidad que no se les puede negar de nuevo a los bonaverenses.
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