Editorial
El año de la biodiversidad
La certeza, en cada caleño, de que con sus acciones cotidianas puede aportar en la lucha contra el cambio climático.
Este 2024 quedará para la historia como el año en el que Cali y Colombia realizaron la COP16, un certamen que generó enormes expectativas en la capital vallecaucana, y que se equiparó con lo que representaron los Juegos Panamericanos de 1971.
Tras dos semanas de negociaciones, foros y conversatorios, fueron varios los acuerdos establecidos en la Cumbre de la Biodiversidad. Uno de los más importantes fue el Fondo Cali, un mecanismo para recaudar recursos de la empresa privada con el objetivo de que el uso de recursos genéticos tengan un respaldo en bases de datos digitales, lo que facilitará el intercambio de beneficios de todos los países en la conservación de la naturaleza. Es decir: que los avances logrados en la materia estén disponibles para todo el mundo. Esto beneficiará sobre todo el trabajo de los sectores farmacéutico, agrícola y biotecnológico.
Igualmente, en la COP16 se acordó la creación del Órgano Subsidiario Permanente, una instancia que permitirá fortalecer el trabajo entre naciones, pueblos indígenas y comunidades locales en la definición de criterios, acciones y programas para generar proyectos de adaptación al cambio climático según las necesidades puntuales.
En la Cumbre además quedó establecido el reconocimiento a las comunidades afrodescendientes, mediante un convenio que las ratifica como “actores fundamentales en el cuidado de la biodiversidad”, lo que, en otras palabras, les facilita el acceso de recursos para la conservación. Lo anterior abre una oportunidad para poblaciones como Juanchaco, en Buenaventura, una de las más expuestas al cambio climático y la erosión costera, lo que está dejando a su gente sin playas. Sin embargo, el propósito central de la COP, en la financiación para reducir las emisiones en el planeta hasta el año 2030, no se logró avanzar.
En todo caso, Cali se comprometió al cuidado de su biodiversidad, comenzando por ponerle punto final a la extracción ilegal de oro en el parque natural los Farallones, que contamina sus aguas y suelos con mercurio, además de buscar alternativas a medios de transporte público amigables con el medio ambiente.
Pero más allá de las tareas y las responsabilidades de gobierno, la expectativa con la Cumbre de la Biodiversidad era también el establecimiento de una conciencia colectiva por el cuidado del planeta. La certeza, en cada caleño, de que con sus acciones cotidianas puede aportar en la lucha contra el cambio climático.
Desde el reciclaje, el cambio de dietas –reducir el consumo de carne–, evitar los desperdicios de alimentos, fomentar los negocios verdes y eliminar el uso de pólvora, que además de contaminar, afecta a niños autistas, a las personas con enfermedades respiratorias y a los animales.
De ahí que todo lo que se habló en los días previos y durante la COP no se debe quedar en el olvido, en una simple campaña de marketing, sino que, por el contrario, debe ser asumido más bien como un modo de vida que nos lleve a ser una ciudad verde a partir del 2025.