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El 'guireo' ya es un conflicto entre barrios en el oriente de Cali.
Lo que narran quienes viven en el lugar es, por decir lo menos, preocupante. | Foto: El País

Editorial

Jóvenes y violencia

Allí no llegan, o no tienen continuidad, los proyectos sociales públicos, tampoco el deporte, el arte o la cultura...

23 de agosto de 2024 Por: Editorial

La historia de enfrentamientos entre jóvenes de barrios marginales de Cali es la misma que se cuenta cada cierto tiempo en la ciudad. El nombre que se le dé es lo de menos, porque la causa sigue siendo la de siempre: muchachos sin oportunidades, a quienes no se les brindan alternativas para mantenerse ocupados de forma sana, ni posibilidades de forjar un futuro mejor para ellos y sus familias. Así, se les pone en bandeja para que el crimen y la violencia se apropien de sus vidas.

Ahora le llaman ‘güireo’. Es el término que se ha acuñado para referirse a las peleas a las que se citan grupos de adolescentes y jóvenes en ciertos sectores de la capital del Valle y que, como ocurrió el miércoles de esta semana en el barrio Pízamos III, terminan en tragedia. Por primera vez, cuentan líderes de la zona, la batalla no solo se libró con palos, piedras o navajas y cuchillos. Ese día, en enfrentamientos en el mismo lugar pero en horarios diferentes, dos jóvenes fueron asesinados con arma de fuego.

Lo que narran quienes viven en el lugar es, por decir lo menos, preocupante. Las luchas callejeras entre pandillas se trasladaron al polideportivo del barrio, se presentan todos los días y pueden ser entre tres y cuatro cada tarde. Son grupos de muchachos, incluidos niños y adolescentes, que no estudian o no tienen actividades en qué ocupar sus tiempos libres, que además provienen de estructuras familiares disfuncionales, a quienes nadie cuida, ni siquiera el Estado, como es su deber.

Allí no llegan, o no tienen continuidad, los proyectos sociales públicos, tampoco el deporte, el arte o la cultura; no hay espacios para promover la lectura ni planes de formación que les permita aprender un oficio a quienes entran a la edad adulta. La autoridad tampoco existe y cuando aparece porque la situación así lo exige, no es reconocida ni mucho menos respetada, por lo que hacer el trabajo de recuperar el orden o evitar desgracias es casi un imposible.

El reclamo de las comunidades contra la falta de presencia y acciones del Estado, es entendible. Sin desconocer que desde la Administración local, la Policía Metropolitana y diferentes fundaciones o entidades se hacen esfuerzos inmensos para llegar a las zonas más vulnerables de la ciudad y a quienes más necesitan apoyo, las buenas intenciones se quedan cortas.

Son miles de jóvenes caleños a quienes las políticas públicas no los cobijan, ni encuentran alternativas para construir un futuro diferente y mejor. De ello se aprovechan la delincuencia y la criminalidad, que cooptan a esos adolescentes o jóvenes para engrosar sus filas. Así es como se alimentan la inseguridad y la violencia que golpean a gran parte de la capital vallecaucana.

Si Cali quiere detener esa espiral que crece sin freno, tiene que atender a su población más joven mientras recupera el orden en aquellos sectores más afectados. Es la única manera para ponerle fin al ‘güireo’, a los enfrentamientos entre pandillas, a las fronteras invisibles que dividen barrios o calles y que dejan heridos o causan muertos como los del pasado miércoles en Pízamos.

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