Política
“El diálogo es un camino para valientes” Alfredo Zamudio, director de la misión en Chile del Centro Nansen para la Paz
Zamudio analiza el estallido social ocurrido allí en 2019 y la situación colombiana.
Alfredo Zamudio es el actual director de la misión en Chile del Centro Nansen para la Paz y el Diálogo, institución noruega que por 29 años ha trabajado en transformación de conflictos y capacitación para el diálogo en ese país y también en Polonia, Los Balcanes, Afganistán, Irak y Colombia, entre otros países.
Se destacan especialmente las facilitaciones que ha hecho en la nación austral, en relación con el estallido social ocurrido allí en 2019 y, más recientemente, a propósito de su complejo proceso constituyente.
Zamudio es originario de Arica, Chile, y ha vivido en Noruega desde 1976. A los 12 años de edad vio cómo un grupo de uniformados se llevaba a su padre. Ocurrió un día después del derrocamiento del presidente Salvador Allende, por cuenta del golpe militar liderado por Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973. Luego de tres años, tras la liberación de su padre, salieron al exilio.
Como lo ha reiterado en distintos escenarios y entrevistas, con el tiempo se transformó “en un buscador de palabras para tratar de hacer algo con las situaciones de conflicto, sin meter la pata”, y bromea anotando que no siempre es fácil ‘no meter la pata’, dado que mide más de dos metros.
El País habló con él a propósito de su reciente visita a Cali, como parte de la campaña ‘Reconciliación en acción’, que impulsa la Fundación Iniciativas, Paz, Oportunidades, IPO, experiencia de trabajo colaborativo que surgió en el oeste de Cali, luego del estallido social de 2021.
En un proceso de diálogo para transformar un conflicto, ¿cuáles son las preguntas iniciales que deben ser respondidas?
Diálogo es una forma de comunicación que ofrece el tiempo y el espacio para que las personas puedan traer la complejidad de sus respectivas realidades. Al iniciar un proceso, puede haber muchas emociones y cosas qué decir y escuchar. Puede haber desconfianza, porque tal vez nunca se ha construido una agenda o soluciones con quien ha sido un adversario.
Primero, se construye un espacio seguro, para iniciar la conversación. Cada proceso es distinto, porque son diferentes los eventos, las personas y sus memorias, pero, de cierta forma, aparecen tres tipos de preguntas: ¿cuál es el cambio que yo quiero ver?, es decir, ¿qué es lo que yo quiero que suceda?
¿Y esas preguntas adónde llevan para lograr darle vía al diálogo?
La segunda pregunta de control es, ¿quién debe estar en esa conversación para que el cambio suceda? Ahí lo importante es crear el espacio para que los de allá y acá, puedan sentirse convocados o convocadas, que les inviten y vengan.
Ahora, ese escenario puede tomar tiempo, ya que es posible que en cada lado de la brecha haya personas que dudan de la necesidad de hablar con quienes están al otro lado.
Por eso, es importante hacer un proceso en forma incluyente. Los puentes no se construyen en el aire, su fortaleza radica en procesos de diálogo a ambos lados de la brecha, porque, si construyes un puente unilateralmente, tal vez ese puente va para ningún lado. Por las memorias y las emociones, los procesos de diálogo son graduales y ahí el factor tiempo es clave.
¿Y cómo construir la confianza necesaria para iniciar un diálogo? Es claro que no es suficiente con tener voluntad de hacerlo…
Reconstruir relaciones es una situación que requiere de tiempo, porque al inicio no hay experiencia de haber construido con quien tienes al frente. Un proceso de diálogo tiene que resistir conversaciones donde no necesariamente se escuchan cosas que son agradables, pero está la importancia de tener espacio para hacerlo.
Sin un espacio de diálogo, hay desconfianza, miedos, resentimientos, y estas son las emociones que definen la realidad. Debajo de la rabia, del miedo, si uno escucha atentamente, hay puntos de inflexión, salidas, hay que llegar hasta ahí, escuchando atentamente.
Un punto de inflexión es una conversación nueva, reflexionar qué podríamos haber hecho distinto entonces, y para llegar ahí, a lo profundo, se necesitan cuatro factores: tiempo, un espacio seguro, escucha activa y mucha voluntad.
El diálogo es clave para recuperar confianzas perdidas o construir nuevos vínculos donde antes existía una brecha aparentemente imposible de superar, ya que, a diferencia de la negociación y la mediación, que se enfocan en los resultados, el diálogo valora y da tiempo al proceso.
Por difícil que parezca, se supone que hay que establecer puntos de encuentro con quienes, incluso, han ejercido la violencia…
Muchas gracias por esta pregunta. En un país como Colombia, con décadas de lágrimas y dolores tan profundos, que es difícil encontrar las palabras, hay que tratar con respeto y solemnidad el hecho de que hay mucho dolor y desconfianza.
Por eso, el diálogo es un camino para valientes, porque hay que atreverse a escuchar lo incómodo, porque uno no sabe lo que el otro siente o ha vivido desde su lado del conflicto. Escuchar no es fácil. Tampoco es lo mismo que aceptar o perdonar.
Algunas cosas son muy complejas y toman tiempo, pero todos podemos aprender a cuidar la esperanza, mantener abiertos los caminos y seguir conversando. La historia nos muestra que el reencuentro de los pueblos no es un camino en línea recta, pero el diálogo puede dar las coordenadas para navegar en esas dificultades.
En algún momento de la crisis en su país, varios líderes le manifestaron a usted que “sabían que no debían estar siempre en la trinchera, pero que ahí se sentían seguros”. ¿Eso qué implica para un diálogo transformador?
En tiempos donde se premia la confrontación, es más difícil que líderes se atrevan a un camino de encuentro, porque tiene un costo. Es humano temer a perder influencia entre su propia gente. Por eso los diálogos transformadores deben ser a varios niveles, no solo a nivel de líderes.
Las bases y aliados tienen que ser incluidos en procesos simultáneos, para que todos vayan siendo parte del proceso de transformación y de reencuentro.
Para salir de las trincheras, hay que creer con el cuerpo y alma que no hay otra opción. El futuro compartido se construye desde el reencuentro.
Usted hizo parte de un proceso de diálogo tras el estallido social en Chile y estuvo cerca también del ocurrido en Colombia. ¿Qué ha observado en ambos casos?
En situaciones de dolores antiguos y nuevos, las sociedades se acostumbran a que la desconfianza sea la norma, con todo lo que eso implica. Es un desperdicio de talentos y de capacidades, porque juntos podemos construir un camino común, que no es lo mismo que ponernos de acuerdo, porque somos diferentes.
En Colombia hay millones de formas de habitar y vivir en los territorios, con toda su diversidad. Aun así, esa diversidad tiene la memoria y la experiencia para encontrar una nueva forma de transformar la sociedad y construir un futuro compartido.
La paz no es solo ausencia de conflicto, sino también goce de derechos. La cultura de paz se construye entre todos y todas y requiere de conversaciones pequeñas y grandes.
En Colombia el clima político está agitado y polarizado por la propuesta de convocar una constituyente. En Chile se creyó que por esa vía se iba a encontrar un destino compartido, pero el proceso no terminó bien. ¿Qué podemos aprender de esa experiencia?
No podría dar una receta para Colombia, pero sí podemos regresar a lo que decía al inicio de la entrevista: si el cambio que se busca es una nueva Constitución, ¿quiénes deben estar en esa conversación para buscar un acuerdo por ese camino? Si la propuesta es polarizante, tal vez se necesitan conversaciones donde se explique el por qué, los significados y las condiciones.
En Chile se intentó dos veces y el péndulo político fue a lugares diferentes en ambas. Un error usual del mundo político es interpretarse como los únicos que tienen un rol válido para definir los caminos del país. La sociedad civil es igual de importante, con toda su diversidad.
¿Qué más podríamos analizar del caso chileno para pensar lo que está pasando en nuestro país?
Hay distintas formas de imaginarse a Chile o a Colombia. El problema no es pensar diferente, sino cómo conversamos sobre esas diferencias.
Para defender la democracia no hay que dejarse llevar por quienes dicen que un adversario es lo mismo que un enemigo: no lo son. Si deseo lograr algo, y si eso depende de que mis adversarios participen en la conversación, cómo hago para que vengan a conversar. ¿Me atrevo a invitarlos?
Si de verdad quiero el cambio que digo que quiero, tengo que conversar con el adversario que lo puede hacer posible. Creer en la humanidad de mi adversario no es solo una decisión de mis emociones, sino también una decisión consciente. Los problemas complejos de nuestros países necesitan que hagamos el esfuerzo de ir por el camino del diálogo.
En sociedades, como la nuestra, tan afectadas por el conflicto y la violencia, ¿cómo lidiar con el dolor?
Decía antes que el diálogo es un espacio donde las personas puedan traer la complejidad de sus diferentes realidades. Muchas comunidades cargan con el peso de los abusos perpetrados por generaciones anteriores, y es crucial crear espacios donde estas historias puedan ser compartidas.
El diálogo emerge entonces como una brújula que guía, a través de dificultades, las coordenadas necesarias para navegar hacia el entendimiento y la comprensión mutua. Ese es el camino fértil para escuchar lo que hubo, transformar lo que hay y prepararnos para un futuro compartido. Colombia tiene gente muy trabajadora, llena de sueños y necesidad de ser escuchada. Los espacios de diálogo pueden hacer posible esos anhelos de un futuro mejor.