Política
Proceso de paz con el ELN: Herido de muerte, a menos que…
En un análisis hecho para El País, el constructor de paz, Diego Arias, señala cuál es la voluntad real de este grupo guerrillero para lograr un acuerdo con el Gobierno.
La barbarie ocurrida en el Catatumbo establece un punto de quiebre o inflexión en la dinámica de violencia o conflicto en Colombia, así como en los esfuerzos de paz del Gobierno Nacional, especialmente con la guerrilla del ELN, cuyas justificaciones para haber perpetrado esta descomunal violencia contra la población civil son inadmisibles de aceptar.
Todos los días somos sorprendidos por hechos violentos, pero lo sucedido, en el marco de unas pocas horas, de manera simultánea, como parte de un plan concebido en detalle y ejecutado a sangre fría contra civiles desarmados, plantea grandes interrogantes (¿pudo haberse evitado? ¿Qué o quienes fallaron?) y retos enormes (¿lo que sigue es inevitablemente más guerra? O ¿acaso queda otra alternativa?).
A diferencia de otras acciones militares del ELN, en un contexto en el que hay que decirlo, no está vigente un cese al fuego, esta arremetida violenta tiene varios agravantes: el ataque a otro grupo de disidencias de Farc que está en diálogos con el Gobierno, afectaciones extensas, gravísimas, siempre dolorosas y absolutamente injustificables a la población civil y el asesinato inmisericorde de firmantes del Acuerdo de Paz de 2016.
Ha existido un gran equívoco general, incluido en el Gobierno, desde el principio: antes que una vocación de paz, el ELN tiene una apuesta estratégica de muy largo plazo, así que no está apremiado ni política, ni militarmente para pactar la paz y ese parece haber sido el mandato que se ratificó en su último sexto congreso realizado a finales del 2024. De manera que las expectativas en la sociedad, el Gobierno, el ELN y la Comunidad Internacional son harto distintas, incluso contradictorias.
Y hay asuntos del modelo de negociación que son casi “pecados originales”.
Las partes acordaron una forma y una agenda de negociación muy diferente a la de otros procesos (en Colombia y el mundo) que para este caso se trata de ir más allá del desarme de la guerrilla para priorizar más bien transformaciones estructurales. Pero es particularmente compleja la negociación de una agenda sin “líneas rojas” y la idea de que lo acordado se va implementando, aun sin que haya cesado el conflicto en los territorios y el ELN aún mantenga en su poder las armas.
Pero también está el asunto, en su momento, de la firma de un cese al fuego que no incluyó también las hostilidades y cuya administración y verificación son en extremo complejas en ausencia de concentración de la guerrilla, una geografía compleja y la presencia beligerante de otros grupos ilegales en el territorio.
Con la evolución de los hechos, incluida la reactivación de órdenes de captura para sus dirigentes y el impacto humanitario que aún continúa, crecen las voces para que no se suspenda, sino que se dé por terminado el proceso de paz con el ELN. En la opinión pública es extendido ya el sentimiento de frustración, enojo y apoyo para mejor terminar esa negociación.
Tendría que haber un giro estratégico para que este esfuerzo de paz no muera.
Como en otros momentos, es deseable el buen suceso de una posible y necesaria mediación, buenos oficios y acompañamiento de la Iglesia Católica y la Misión de Verificación de la ONU, otros países acompañantes y de la sociedad civil, para que la paz pactada (sin debilidad ni ingenuidad) siga siendo una opción.
En el entretanto, hay que enaltecer el repudio por lo acontecido, asegurar que no se repita en otros lugares del territorio nacional y reclamar al ELN que se decida inequívocamente por la paz.
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